Cuando aumentan las temperaturas aumentan las denuncias de malos tratos. Cuando la pandemia obliga al confinamiento se incrementa la violencia machista, aunque descienda el número de denuncias. Cuando un volcán entra en erupción se multiplican las llamadas de auxilio de mujeres encerradas con su maltratador.

Cuando la vida se complica, cuando se hace difícil y se multiplican los obstáculos para sobrevivir, hay muchas mujeres, demasiadas, que viven en la cuerda floja y saben que saldrán especialmente malparadas de la nueva tormenta.

El efecto colateral está confirmado, hay un incremento exponencial de las violencias machistas en las situaciones de crisis, un fenómeno que cada vez es menos excepcional, pero de ninguna forma debería normalizarse. Para ello, hace falta una respuesta política y social en línea con el compromiso tantas veces explicitado de combatir la violencia machista sin descanso y hasta las últimas consecuencias.

Invertir en los servicios públicos es la forma real de ofrecer una respuesta social contundente ante la violencia machista. No hay otra vía, ni procedimiento que mejor garantice los resultados que se persiguen a corto plazo.

Reforzar la atención pública en todas las poblaciones, independientemente de su tamaño, porque ninguna está libre de violencia machista por pequeña que sea. En todas las ciudades, pueblos y aldeas del Estado español, los ayuntamientos deberían contar con un protocolo de atención bien engrasado, eficaz y operativo. Un mecanismo realmente útil para dar respuesta y acoger a todas aquellas mujeres que reunieran el valor para dar el primer paso en busca de una vida mejor. Donde estuvieran previstas las preguntas para no dudar en las respuestas. Un protocolo que diera respuesta rápida y suficiente a las necesidades de vivienda, de empleo y de atención a las criaturas.

Hacerlo posible requiere una red estable de casas de acogida, viviendas y centros de atención, dotada del suficiente personal especializado que garantice la atención legal, psicológica, sanitaria que puedan precisar, y cuya profesionalidad no esté comprometida por la falta de inversiones. También va siendo hora de reducir la carga de trabajo soportada por el personal sanitario para que puedan percibir, sin urgencias ni apresuramiento, las señales de alarma más o menos explícitas que lanzan las mujeres que acuden a la consulta en busca de soluciones. Y por ello es clave evitar el peligroso adelgazamiento de las plantillas, la sobrecarga de trabajo y la saturación de las consultas.

La coeducación en las escuelas no consiste en sentar juntos a niñas y niños sino en enseñarles a convivir desde el respeto mutuo, una realidad que solo podrá ser trabajada por un profesorado sin sobresaturación de tareas y que haya recibido la formación adecuada. Y para eso se necesita invertir en las escuelas, en equipos educativos suficientes con la preparación idónea y con la especialización requerida.

Recientemente se ha dado difusión a cierto gesto que identifica a las mujeres que necesitan ayuda de forma inmediata. Es un recurso necesario en situaciones de crisis que ponen en peligro la integridad física de las mujeres de forma inminente. Ojalá salve muchas vidas.

Pero no hacen falta gestos para predecir el número de mujeres que serán asesinados los meses venideros, ni hay dudas sobre la respuesta necesaria. La mejora de los servicios públicos, eje central del trabajo realizado desde CCOO, es el mejor escudo para la protección y erradicación de la violencia. Garantizar el carácter permanente y esencial de los servicios de prevención y de atención integral a las víctimas de violencias machista, con los equipos interdisciplinares necesarios es la respuesta a corto plazo, a la vez que se actúa sobre las causas estructurales, las desigualdades y discriminación por razón de sexo, que alimentan el monstruo de la violencia.