Recientemente, se ha celebrado un acto masivo en Madrid promovido por los impulsores del Corredor Mediterráneo, siguiendo el circuito que, cada seis meses, recuerda y revisa críticamente la ejecución de la infraestructura ferroviaria que deberá enlazar la Europa más avanzada con el litoral que conduce, idealmente, desde la frontera francesa hasta Algeciras.

Del Corredor se han subrayado las magnitudes económicas y demográficas que recoge a su paso. O su engarce con la llamada «banana europea» que, desde el sureste de Gran Bretaña a las regiones del norte de Italia, articula la mayor concentración económica europea. Pero, más allá de su indiscutible peso económico, el Corredor aporta otras dimensiones de apreciable relevancia. Dicho con claridad: es una nueva forma de visionar el territorio español y la organización de su espacio económico. Una óptica inédita que, en la Comunitat Valenciana, ha representado un salto hacia adelante en otro aspecto: superar las deficiencias que debilitaban sus pasadas reclamaciones, expresadas mediante un ofendido pero efímero clamor de voces corporativas, mediáticas e institucionales.

Por el contrario, a raíz del Corredor, y reiterado en la financiación autonómica, se ha producido un triple cambio: la reivindicación es persistente e intensa, se buscan complicidades más allá de la geografía valenciana y se justifica el objetivo perseguido con argumentos potentes y una comunicación imaginativa. Los anteriores cambios, en coincidencia con los observados en otras esferas, han situado a la Comunitat a la vanguardia de una nueva e inteligente forma de ver a España: la que sustituye la antigua y centralista distribución radial de sus principales infraestructuras por una orientación circular o transversal; un nuevo modelo que aporta mayores oportunidades a los territorios mediterráneos y a aquellos que, situados en áreas próximas, y mediante las correspondientes conexiones, pueden canalizar sus flujos comerciales y turísticos por el Corredor Mediterráneo.

La iniciativa, a la que se han acogido instituciones y grupos de interés del resto del Corredor, destaca por lo que supone de seguridad de la Comunitat Valenciana en sí misma. Encabezar una transformación del statu quo español no supone un asunto menor; en particular, cuando la metamorfosis necesaria reemplaza la prioridad de la capital del Estado por la conexión mediterránea con el resto de Europa; un cambio de agujas que jubila los rancios clichés que, todavía hoy, con la mayor fuerza política de la extrema derecha, pretenden malograr la integración europea utilizando las cadenas del nacionalismo español, nostálgico de las viejas fronteras aislacionistas.

Frente a ello, la Comunitat Valenciana profundiza con el Corredor su huella europeísta, enlazándola con las raíces históricas de su presencia en Europa; aquéllas que en otras partes de España se iniciaron mucho después, cuando se modificaron, definitivamente, los estereotipos que aún consideraban a Latinoamérica el gran objetivo de la geografía comercial española. Y, de esa visión internacional que contempla el Corredor forma parte, asimismo, el fortalecimiento de las relaciones valencianas y de otras CCAA con el Magreb, como primer paso para cooperar mucho más con el resto del continente africano. Una África que permanece en la periferia de las acciones institucionales y empresariales pese a constituir un área cuyas actuales insuficiencias pueden percibirse como anticipo de futuras oportunidades: entre éstas, las que genere el transporte ferroviario del Corredor en contacto con las instalaciones intermodales marítimas. O, complementando el papel del Corredor, el norte del continente como gran batería de energías alternativas para Europa y como nudo de engarce con las infraestructuras digitales europeas.

Las novedades que aporta el Corredor apuntan, por lo tanto, a un reequilibrio interno de la economía española y al establecimiento de nuevos anclajes con el resto de Europa y el área del Magreb. De este modo, el Corredor pasa a ser uno de los instrumentos geopolíticos más potentes existentes en el país; una potencia que se agranda por su influencia sobre la descarbonización del transporte. Una geopolítica estatal de raíces valencianas que emplaza a la Comunitat en la ruta de los territorios con vocación y capacidad de liderazgo, constructores de la mejor cogobernanza política e interadministrativa; en la ruta de quienes proponen un Estado Autonómico tan leal como profundo, del que surjan reclamos para la cohesión, incluida la de las dos Cataluñas. Una oportunidad que reclama una respuesta a su altura, procedente de las fuerzas y organizaciones que articulan y representan a los valencianos. Es tiempo de generosidades y de apartar la sombra de las miserias oportunistas, ramplonas y gallináceas. Es tiempo de una Comunitat disruptiva.

Y, de igual modo, es momento de cuidar con minuciosidad la letra pequeña del Corredor. Su éxito no se halla en lograr la instalación de la última traviesa, sino en que sea un canal de exportación más que de importación. En que se ajuste a las necesidades logísticas de las pymes y no únicamente a la de las grandes empresas. En que sea un ejemplo de descarbonización real del transporte, lo que conlleva aceptar la transición de los medios actuales hacia la sostenibilidad. También en esos terrenos la Comunitat Valenciana se juega su nueva fuerza.