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A vuelapluma

Alfons Garcia

Dimitir del futuro

El éxito es un concepto cambiante. El primer artículo de opinión que me encargaron, hace casi treinta años, era sobre Mario Conde (el de los bancos y la gomina, no el de la novelas de Padura). Estaba en la cresta de la ola (el banquero) y aquel director de diario quería ver cómo un joven veía todo aquello. Conde era el paradigma del éxito, el espejo para una juventud que se había liberado de la Transición. Casi todo valía para hacerse rico, sin pensar en los medios. El mensaje es que era posible hacerlo rápido y salir limpio y brillante. Cultura del pelotazo lo llamaron. Mi generación anduvo mucho tiempo tocada de aquel mal de la urgencia del éxito rápido.

En los últimos 18 meses no ha quedado molde mental en su sitio. Ya venían oxidados, pero un episodio tan insólito deja pocos principios intactos. El éxito en este tiempo ha sido seguir con vida. Lo básico. Una experiencia así no pasa como un resfriado de otoño. Deja secuelas que marcarán un tiempo. Quizá lleven a un cambio de ciclo. Quizá no. Pero hay síntomas de movimientos tectónicos. Se está viendo sobre todo en Estados Unidos, allí donde la gran crisis de 2008 había dejado más víctimas. Millones de personas han dejado sus trabajos para apuntarse a una cultura de subsistencia. El cambio de mentalidad es tan importante que parece difícil calibrarlo ahora. Supone renunciar al futuro, abandonar el sueño de un éxito por venir (social, familiar…) si éramos buenos (los mejores) en nuestra profesión. Ese hilo con el futuro se ha roto. La Gran Dimisión lo han llamado, porque necesitamos bautizar los momentos para intentar entenderlos. Los que dimiten solo tienen presente y la expectativa de alargarlo. Subsistir con lo poco que se tiene, ahorros, una paga de subsidio si la hay y produciendo más para uno mismo y consumiendo (gastando) menos. Es un mensaje letal para el sistema, es derribarlo por inanición renunciando a cambiarlo, sin que exista una propuesta organizada detrás. Es también una filosofía de vida triste, individualista, de brazos caídos, de una sociedad en retirada. Es como el último viaje de los elefantes. No sé hacia donde irá este movimiento histórico, supongo que el sistema capitalista reaccionará, como ha hecho siempre para resistir, pero un episodio como este será un día el principio del final.

Me pregunto las consecuencias políticas que puede tener. La desidia se suele traducir en abstención y antisistemas. No es casual que el fenómeno haya germinado allí donde el capitalismo ha tenido más manga ancha y menos control y donde la desconfianza hacia el Sistema (así, en abstracto y con mayúsculas) como ente destructor e invencible ha crecido más.

Me atrae del movimiento su capacidad de cuestionamiento del futuro. Fernando Savater acababa una columna (El País) con una idea para una pancarta sobre Cuba (ese trago amargo de la izquierda): «Cambiamos futuro maravilloso por presente soportable». Algo de eso hay en la Gran Dimisión, lo que confirma que comunismo y capitalismo tienen un sospechoso punto en común: la promesa de un futuro mejor, individual o colectivo, según el caso. Por eso el movimiento actual es quizá el embrión de un cambio de paradigma. Si no tanto, al menos un retoque. ‘No future’, vuelve a ser el mensaje. Posiblemente pasajero, pero quién sabe. Un amigo de juventud quiso crear un partido contra el futuro. El futuro como fuente de engaños, empezando por los propios. El futuro como lugar para escabullirse de la realidad. El futuro como premio de consolación. Solo hace falta mirarse uno mismo: tengo 50 años y pico, soy un tipo normal y me sigo sorprendiendo con ilusiones de un futuro que hace que no valore este presente que no es tan mala vida. La Gran Dimisión entronca con el grito clásico del ‘carpe diem’, disfrutar el ahora, pero sin la parte alegre y gozosa, es un grito repleto de desencanto. Dice el campeón de ajedrez Magnus Carlsen que la vida que llevamos no incita a pensar. ¿Adónde puede llegar la sociedad si muchos se apartan con poco más que hacer que sobrevivir y pensar? Aunque no es descartable que muchos se sienten, eternamente cansados, ante un televisor o un ordenador a ver cómo era el éxito antes y seguir el rastro de personajes como Mario Conde (el de la gomina, no tanta ya).

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