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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

Nuestros lazos con el Infierno

Tras subir los últimos escalones de noviembre llegamos al tobogán de diciembre. Nos deslizamos inevitablemente hacia festividades como la del aniversario de nuestra Constitución, esa cosa que nos parecía tan moderna hasta que alguien nos contó que nuestra peculiar ley del indulto data de 1870, la de las simpáticas condecoraciones policiales de 1964, la de los misteriosos secretos oficiales de 1968 y la tan polémica de amnistía, firmada por el Emérito del Que no Sabíamos Mucho, de 1977. Por no hablar del acuerdo con la Santa Sede de 1953, con jurisdicción independiente, que si alguien analizara de qué manera sigue influyendo en nuestra sociedad, a lo mejor hasta nos ahorrábamos el horrebundo ministerio de igualdad, empeñado en igualar cuerpos sin igualar almas.

Con razón el día de la Constitución cae en puente: de vacaciones nos olvidamos de las momias cuyas inscripciones jeroglíficas en nuestros códigos legales aún aplauden las recomendaciones tenidas en cuenta como «convenientes» en una enmienda. Enmienda que nunca verá la luz gracias al artículo 2 del Código Penal, artículo que nadie se ha leído porque hay nieve en Huesca.

En casa llevamos siglos siendo demócratas. Mis padres, si no salían elegidos para llevar a cabo su mandato tutelar, no pintaban nada en casa. ¡Ay, al final de su vida nunca tuvieron resultado favorable en sus campañas electorales! Pero como todo se hacía en nombre de la nueva democracia y de El País Semanal, tenían que aguantarse con lo que decidiera la mayoría de la familia.

Unas navidades mi padre bajó el volumen de la tele, se levantó muy solemne y con voz bien timbrada hizo uso de la palabra:

«Queridos hijos que me escucháis; si salgo elegido como presidente de esta casa, os prometo pintar el pasillo mediterráneo y comer pollastres asados todos los domingos. Considero un honor y una satisfacción moral como padre aseguraros unos estudios dignos y la promesa firme de llevaros al médico cuando contraigáis viruelas. No vais a encontrar en mí un padre, sino un amigo, y os haré socios igualitarios en el negocio familiar para que nunca os falte de nada ni discutáis. Vamos a caminar juntos a pesar de las diferencias, desde la escucha, desde el amor, ombligo con ...»

Sin dejarle terminar, Violante, la benjamina, se levantó y tomó la palabra:

«Quiero agradecer las palabras, así como las promesas y buenas intenciones, que ha demostrado el candidato Papá para sumarse a la acción del gobierno. Pero, ¿de dónde van a salir los fondos necesarios para traer el pollo asado a casa, y las infraestructuras imprescindibles para pintar el pasillo mediterráneo? Si es del sueldo que cada uno de nosotros merecemos como hijos autónomos, aún no independientes, considero que cada uno podemos elegir legítimamente tanto el color del pasillo como la presa de pollo que más nos apetezca».

«¡Yo no pedí venir a este mundo!» -saltó otro hermano- «¡Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hermanos!».

Violante continuó haciendo un elegante caso omiso. “Yo no voy a hacer promesas que no pueda cumplir. Solamente os voy a decir una cosa: que si salgo elegida, podréis hacer todos lo que os dé la real gana».

Y a pesar de su tan poco electoral nombre, salió ganadora de las elecciones. Porque no hay nada que nos guste más a los españoles que hacer lo que nos salga de los mondongos, muy por delante de la igualdad, que vista desde algunos ángulos no es precisamente la mejor expresión de la justicia, sino su interpretación más diabólica.

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