Será cierto aquello de que la peor estrategia siempre es mejor que no tener ninguna? Harto estoy de escuchar en tantos sesudos foros y conferencias, aquello de «la sostenibilidad es un negocio y es rentable». Muy señores míos, el lenguaje es junto con la variable cognitiva, lo que permitió al Homo Sapiens ganar la batalla a los Neandertales y otras razas de humanos que coexistían hace tantos millones de años. Esa revolución cognitiva le permitió a nuestro Sapiens poder generar conceptos abstractos e inexistentes en la realidad próxima, por ejemplo, hay un tiranosaurio acercándose a la cueva, a conceptos abstractos como los actuales, naciones, dioses o algo que no existe como el concepto de empresa, para nuestro asombro, nuestro ordenamiento jurídico le da entidad como «persona jurídica».

Si de verdad queremos evitar la catástrofe ambiental y social que se nos viene encima a la Humanidad, hace falta otra revolución cognitiva. La tecnología por sí misma no nos va a salvar del caos, normalmente la tecnología y la innovación son el instrumento, desgraciadamente el uso de la misma en la actualidad está más orientado a seguir creciendo y facturando, sin importar demasiado un análisis profundo sobre si de verdad eso nos hace más sostenibles o realmente estamos en la línea de lo que los anglosajones llaman el washing de nuestras consciencias. Está claro que cualquier cambio real empieza por esa toma de consciencia y el diseño de una estrategia flexible y deslizable ante los cambiantes escenarios posibles.

Cuando hablamos de la huella ambiental, del cambio climático, de simbiosis industrial, etc., está claro que los aspectos económicos son centrales y que en nuestro modelo de sociedad estos están localizados prioritariamente en el consumo y en las unidades productivas, las empresas. La revolución cognitiva debe centrarse en la toma de consciencia de consumidores, empresas y las administraciones como catalizadores de la actividad económica. Si los consumidores en su acción de compra son responsables desde la perspectiva de sostenibilidad, demandarán de las empresas productos verdaderamente sostenibles en toda su trazabilidad. Las administraciones deben de potenciar el proceso de toma de conciencia de los consumidores y facilitar una planificación estratégica en las empresas que tenga como asignatura central la sostenibilidad medioambiental y social.

Por otro lado, es preciso crear herramientas que puedan medir el impacto real de las empresas en el medio ambiente y en el entorno social; si tenemos herramientas fiables de medición podremos establecer etiquetas para establecer el perfil de empresa según su impacto. Cuando un consumidor responsable vaya al comercio podrá ver la categoría o etiqueta de empresa suministradora del producto. La administración, en su proceso de contrataciones y suministros, también debería valorar estas categorizaciones de empresas según su impacto a la hora de adjudicar las contrataciones públicas. Al final, cuando se produce un impacto ambiental o social negativo, esos costes van a parar a estas u otras administraciones públicas, lo que se traduce en que, aunque el coste de licitación pueda ser más alto, al final le sale más barato al ciudadano, porque hay un coste adicional colateral que tiene un producto o servicio que deteriora el medioambiente o lleva al desempleo a muchos ciudadanos.

Cuando los alemanes lanzaron el concepto de industria 4.0 lo que pretendían era incrementar su productividad manteniendo o reduciendo sus costes de producción, aumentando la eficiencia de sus trabajadores con tecnologías primordialmente digitales. El motivo que subyacía a la industria 4.0 era que los países emergentes con costes laborales, medioambientales y sociales muy bajos hacían imposible una competencia en igualdad de circunstancias. En un futuro que ya está aquí, esto también sentará las bases y los argumentos de por qué las empresas deben de generar una estrategia no solamente 4.0 de incremento de la competitividad, sino una estrategia de sostenibilidad. El futuro próximo pasa por contingentar los productos o poner aranceles de entrada a los productos por su «impacto» medioambiental y social; e incluso, por qué no, una revolución fiscal que pondere el hecho impositivo por la huella de impacto que tiene la empresa.

Pero podemos concluir que lo primero y más importante es el mundo moral, cognitivo y de toma de consciencia. Son muchos los lobbies de poder que están por introducir muchos cambios de forma para que nada cambie en lo profundo, que el sistema que tanto les beneficia a corto plazo se mantenga. Estaría bien empezar esta toma de consciencia por cambiar nuestro lenguaje, no hablar de crecimiento económico sino de desarrollo sostenible.