Convendrán conmigo en que el 1 de mayo hace tiempo que perdió su fuerza reivindicativa. La conciencia de clase marchitó cuando un día de barricadas pasó a festivo y, con un poco de suerte, a puente. El capital engulle a sus críticos y una buena táctica consiste en reducirlo a festividad. Por fortuna nada que ver con el rugido feminista que cada 25N y 8M pisa y exhibe vigorosidad en la calle. El feminismo se sitúa desde siempre en la trinchera. Esto en cuanto nos referimos a quien conoce perfectamente el sentido de la lucha histórica feminista. Mi preocupación radica en una cierta simplificación de la causa, una suerte de caricatura de toda la agenda feminista, su lucha, su rugido, sus propósitos y el sentido profundo del sujeto político del feminismo, las mujeres. En tanto que sólo es posible la realidad biológica macho/hembra, y en mi caso, soy un varón socializado masculino, abordaré este asunto desde una mirada discreta, cautelosa, posiblemente imprecisa o errónea. Ya sabemos que el cuerpo de las mujeres es un libro en el que se inscriben las reglas del patriarcado (Celia Amorós) y quien esto firma poco puede decir desde su propia persona.

Mis colegas varones siguen ausentes, sin autocrítica; ningún cuestionamiento a sus privilegios masculinos. Quiere decirse que aportan poco o nada a la causa feminista. Una paradoja porque la violencia contra las mujeres es un problema nuestro, de los hombres, que sufren aquellas. Esa tarea pendiente la considero primordial y a tal menester hemos dedicado otras columnas y espero importunar con otras.

Me preocupan los centros educativos. Ni uno solo ha dejado de planificar alguna actividad referida al 25N. Pero, ¿para qué? Tengo cierta sospecha de que algunas acciones se asemejan a ese primero de mayo engullido por el capital. De qué sirve un mural para sensibilizar contra la violencia contra las mujeres, o un taller de autodefensa, o una conferencia de las mías, si a fin de cuentas se nos olvida que la lucha contra el terrorismo machista está unida inexorablemente a la defensa radical de la igualdad entre hombres y mujeres. De qué sirve una performance o un manifiesto si no ejercitamos a nuestro alumnado a entrenarse en lecturas y teoría feminista. De qué sirve que un ayuntamiento utilice los centros educativos para llenar un acto si luego su profesorado silencia las violencias machistas en su aula. O peor, las permite, las minimiza o le pasan desapercibidas por falta de feminismo en sus venas. Tengo serias dudas sobre si las causas feministas impregnan de verdad colegios, institutos y universidades. Encuentro un símil con esos ayuntamientos que encargan toda su agenda 25N a una empresa. Como si hubiera que profesionalizar la rebeldía feminista. Como si la escuela sintiera el peso de planificar exposiciones o macramé para no sentirse señalada. ¿Una moda? Me pregunto, me planteo: ¿qué hay de verdad, de autenticidad, de compromiso en todo eso?

No tengo una respuesta sólida. Solo me limito a compartir con ustedes, lectoras, la perplejidad. Considero que es un asunto demasiado serio como para dejar pasar la oportunidad de invitarles a pensarlo. Y que ustedes se planteen una mirada discreta, o no, a ese último 25N.