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Ricard Pérez Casado

PLAZA MAYOR

Ricard Pérez Casado

Normalizar

V erbo de uso frecuente en estos tiempos. Incluye la «vuelta a la normalidad», se entiende que la anterior a la crisis de salud aunque no siempre pueda ser la opción más acertada. Los estragos de la anterior normalidad aun persisten bajo las formas de más pobreza, enriquecimiento obsceno y aumento de las desigualdades sociales. La dependencia a uno o dos sectores económicos para el empleo y la actividad económica tampoco parece que sean objetivos razonables de la normalización.

Hay otras normalizaciones igualmente infecciosas, tóxicas. Es el caso de la equidistancia cuando se analizan los hechos sociales y políticos, por ejemplo y no es casual, fascismo y democracia. Son opciones políticas legítimas en la medida que acepten los valores democráticos. No es el caso de los fascismos cualesquiera que sea el nombre que adopten, su objetivo central es la destrucción del sistema democrático. Recuerden, «el destino de las urnas es romperlas», dijeron y aplicaron los representantes españoles de los años treinta. Junto con las urnas, sus usuarios los ciudadanos y ciudadanas. Hoy procuran incluirse entre los antivacunas con tal de confundir y alterar.

La normalización alcanza a la reescritura de la historia. No como ejercicio respetable del oficio de historiador que rectifica ante nuevos documentos, ante nuevas fuentes, ante los debates que genera este o aquel período de la historia ceñidos a la reconstrucción del pasado por los hechos situados en su espacio, en su tiempo.

La normalización a que se hace referencia es la que insiste en meter en el mismo saco víctimas y victimarios. El uso indiscriminado «ambos bandos» para referirse al fracasado golpe de estado y posterior guerra y represión franquista, constituye el ejemplo de «normalización» bastarda, inútil e insidiosa.

El golpe lo prepararon organizaciones anti-democráticas e individuos claramente identificados con el fascismo y el monarquismo más reaccionario. Lo intentaron en 1932 y casi lo logran en 1936. Cualquier blanqueo de las afirmaciones precedentes choca con la realidad que historiadores solventes han puesto de relieve. La guerra fue la consecuencia de su fracaso en la medida que el gobierno legal y legítimo de la II República española tuvo que hacer frente a la sublevación de una parte de sus ejércitos y a las acciones perfectamente organizadas de sus componentes civiles.

La patraña empieza con los motivos esgrimidos por los golpistas. El caos, el desorden que ellos mismos procuraban como está bien documentado por aquello de «la dialéctica de los puños y las pistolas» en que los señoritos y algunos componentes del lumpen urbano se encargaban de agitar, asesinar, mientras sus voceros parlamentarios, que los tenían, clamaban contra el gobierno republicano tímidamente progresista. Para la derecha que se reclama del fascismo o simplemente deja hacer que es lo mismo, todo gobierno mínimamente progresista es ilegítimo cuando menos, ayer, hoy mismo. Como suele suceder la repetición constituye una farsa en la que no creen ni sus propios autores.

Mientras la cosa queda en las barras del bar o en las tertulias familiares no tiene más importancia que una nada desdeñable: la penetración y persistencia del relato de los vencedores y la negación de la barbarie tanto inicial como la sañuda persecución durante cuarenta años y sus derivadas en la permanencia de islas conectadas entre sí por cierto, de algunas instituciones del Estado que no pasaron por el tamiz de la desfasticización como la desnazificación de sus colegas alemanes.

La cuestión alcanza niveles inquietantes cuando el relato se impone desde la escuela a los medios de comunicación de masas, agregándose al machaqueo de larga duración que afecta a generaciones enteras. Las que solo hemos vivido en una Dictadura en nuestros primeros años con sus procesiones, escuelas y noticias a toque de corneta. Vida que comenzó a transformarse en los años sesenta del pasado siglo con las migraciones masivas del espacio rural a las periferias urbanas, con la aparición del Seiscientos, el turismo, la emigración, la construcción. Un paraíso perdido según algunos y milagro español de la mano providencial del invicto soldado y sus corifeos.

A la desaparición del dictador se produce el choque con la realidad. En coincidencia con una crisis económica que se abate sobre una estructura endeble, basada en la normalidad de construir donde y como se quiera, atraer el turismo de las masas trabajadoras europeas con la playa, el sol, los precios bajos y la docilidad de unos dependientes seducidos por las luces del capitalismo cañí y además con las remesas de emigrantes. Un precariado anticipado podríamos añadir, en el que se confundían los desnudos pornográficos con la libertad.

Se hizo el necesario compromiso. Unos porque intuían que no podían alcanzar la merecida ruptura con un régimen bárbaro, anacrónico. Otros por lo último respecto de las indicaciones que les llegaban de fuera, de la CEE, de los Estados Unidos. Una dictadura en el Sur de Europa, después de la caída de las de Portugal y antes de Grecia, no parecía una carta de presentación adecuada a los nuevos tiempos del capitalismo internacional.

Se impuso un silencio discreto salvo alguna estridencia de uniformados o grupos disidentes, los franquistas irredentos incluso con carros de combate en las calles y secuestro de parlamentarios incluidos. Las alabanzas al régimen tasadas. Hasta que transcurrido un tiempo y con el soplo de la recuperación del fascismo europeo la memoria asaltó a los sucesores de los vencedores. Inquietante en la medida que significa olvido sin perdón como comprobamos de modo creciente en los medios de comunicación y en el arrogante comportamiento de las élites de la derecha sin complejos dicen ellos mismos. La normalización de la dictadura: las víctimas resultan ser los culpables. Ninguna reparación para las heridas irreparables de la sangrienta represión, la ocultación de las pruebas, la desaparición de los cadáveres. Desprecio por una verdad que no ignoran y alabanza de la barbarie que blanquean.

Los vómitos en honor de los dictadores en los medios en especial televisivos, públicos y privados procuran el gran salto hacia atrás, felicitan el retroceso. Añadan, lectores la impunidad de las redes.

Abruma tanta normalidad.

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