Fulanito ‘trabaja’ a sus 21 años en una discoteca. Antiguo alumno mío, simpático, aunque machista como todos: «Menos que Menganito, quien también ‘trabaja’ conmigo», alega. Los susodichos se sacan un dinerillo decidiendo si Zutana o Perengana pagan entrada en la discoteca. ¿Cómo? –pregunto anonadado. Así es, Fulanito y Menganito dictan sentencia de su juicio estético patriarcal, de sus preferencias sexuales, en una suerte de superioridad moral masculina. Su ‘trabajo’ consiste en dar vía libre a las chicas «guapas»; la «feas» pagan. Supongo que alguna prefiere pagar a toda costa –interrogué. «Pocas veces, ciertamente» –responde. Chicas pisoteando los principios feministas más sagrados, como su propia autoestima, como la sororidad. Chicos ‘todopoderosos’ mercadeando cuerpos de chicas; imagínense el ego patriarcal de semejantes universitarios veinteañeros clasificando trozos de carne. ¿Y cómo se sienten las adolescentes «feas»? ¿Pagan sin más? La ley del agrado de Amelia Valcárcel sigue vigorosa en nuestra insociable sociabilidad capitalista: «Toda mujer es educada en la ley del agrado, aunque no sea consciente de ello. Y todo varón es consciente de ello».

«Si las ‘guapas’ entran gratis, ¿ellas son un producto, verdad?» –planteo a mi joven interlocutor. Su acceso a coste cero precisa de un ‘intercambio’. Las chicas ‘pibón’ desfilan, gratis et amore, bengalas en alto, transportando costosas botellas. Las entregan a una mesa de chicos pudientes –misóginos premium. Estos marmolillos pagaron 400 euros por sus aposentos. Las jovencitas devienen mercancía estética. Tías ‘buenas’ ante tíos babosos. ¡Eah! El mito de la libre elección de la filósofa Ana de Miguel en todo su esplendor. Su teoría de la doble verdad sin remilgos –lean Ética para Celia: contra la doble verdad: los chicos reconocen como seres humanos a sus mujeres pero no a todas las otras. Fulanito empatiza con su novia, hermana o madre, ¿y el resto? A esas las dejamos pagar o no, según convenga. ¿Pagaría la hermana de Menganito? ¡Gran dilema! ¿Entraría gratis por hermana, por guapa o por fea? ¿Aplicaría el mismo rodillo que con el resto de chicas? ¿Sería ecuánime? ¿O más bien actuaría bajo parámetros de la teoría de la doble verdad? El machismo, la misoginia y la doble verdad de los tíos repugnan.

Un análisis detallado de este sexismo cotidiano permite concluir que la juventud universitaria disfruta de privilegios masculinos ignominiosos e insostenibles. Una «guapa» que no practica la sororidad con otras chicas no sólo se cosifica a sí misma, sino que reproduce la desigualdad y toda violencia contra la mujer propia de la estructura social patriarcal. Una discoteca que fomenta tanta misoginia bien merecería un boicot. Tampoco estaría de más un plan de igualdad de empresa que revise estas actuaciones indecorosas, indecentes. Convendrán conmigo en que advertir a los futuros universitarios y futuras universitarias de las trampas patriarcales permitiría organizarse mejor contra ese monstruo que es el patriarcado capitalista. De ahí que anime al profesorado a dejar las miserias curriculares… ¡Espabilad! ¡Que se nos cuela la doble verdad! Dicho esto, os deseo un jubiloso 2022 rebosante de feminismo radical. ¡Felices fiestas a guapas, guapos, feas y feos!