«Escribir es agradecer». Saco esta frase de las primera líneas que ha escrito Olvido García Valdés para su libro de poemas Confía en la gracia. Escribir es también un oficio solitario. Te sientas delante del ordenador y lo que sale en la pantalla es como si fuera chino. Lo miras y remiras, te quedas como un idiota intentando entender lo que has escrito. Al poco rato la tecla de borrar echa humo y te exige que la dejes tranquila. Pero sigues escribiendo y borrando, hasta que la cosa se calma y poco a poco todo va adquiriendo sentido. Luego piensas si habrá alguien al otro lado. Nunca lo sabes. Al otro lado de un libro o de una columna periodística, como esta misma que ustedes -si están ahí- estarán leyendo ahora mismo. A veces te encuentras con alguien que te dice amablemente que ha leído uno de tus libros, o una de tus columnas periodísticas. Y respondes medio en serio medio en broma: ¡¿Ah, eres tú quien me lee?! Pues eso, que esto de escribir es un misterio más difícil de descifrar que los que ilumina con sus células grises Hercules Poirot en las novelas de Agatha Christie.

De ahí, de esas dudas, la pregunta: ¿anda alguien ahí, al otro lado de lo que escribimos? La respuesta es una incógnita y sientes una soledad que te agarra como la mano extraterrestre del Dr. Quatermass en la peli que vi con mi padre cuando yo no levantaba dos palmos del suelo. La he visto muchas veces y me sigue asustando como el primer día. Alguna vez también asusta la luz del flexo en medio de la oscuridad del estudio. Es como si te hubieras convertido en sospechoso de algo y el foco policial te deja ciego hasta que confieses el crimen del que se te acusa. Pero de repente un día descubres que al otro lado de lo que escribes hay gente, que lo que escribimos no se lo traga un vacío cósmico sino que ha llegado a un lugar donde, como decía César Vallejo, alguien le da sentido a una humilde casa que en este caso es la escritura.

El domingo pasado escribía aquí mismo los recuerdos a que me llevaba el Mehari que después de cuarenta años sigue conduciendo Félix por los montes de mi pueblo. Pues no saben ustedes los Mehari y Cuatro Latas que me han salido esta semana: desde Chiva a Uruguay, pasando por Murcia, Galicia y las cercanías de Perpinyà. Como si lo que escribí como un sencillo toque de memoria personal se hubiera encontrado con otros pedazos de la misma memoria, aunque anduvieran esas memorias a más distancia unas de otras que la que algunas noches intento medir desde la calle Larga a la cara oculta de la Luna. Y más o menos lo mismo pasó cuando hace unas semanas escribía aquí sobre las radios libres que se inventaron en los primeros años ochenta, cuando el tiempo era otro y, como escribía Robert Lowell, los sueños todavía estaban de nuestra parte. Hablaba de Radio Klara, libre y libertaria. De los amigos que la hicieron y la siguen haciendo posible. Y también hablaba de Ràdio Piula, que montamos unos colegas en La Pobla de Vallbona y entre cuyos nombres imprescindibles de aquella hermosa aventura se me olvidó sacar aquí el de Maties Pelechà, amigo de hace medio siglo por lo menos, un tipo entrañable y animoso que viniendo de Vilamarxant se manejaba los escasos aparatos radiofónicos como si fuera el especialista número uno de la NASA. Pues bien, ahora ya sé hasta la calle de la Pobla donde estaba nuestra modestísima emisora, y no saben ustedes los mensajes que por distintos medios me han llegado para decirme, quienes me los envían, que algún día pasaron por allí. Alguien había, pues, al otro lado de esa columna de domingo, alguien había.

El final de lo que hoy escribo no estaba previsto. Cuando lo estoy terminando, se acaba de morir Rosalía Sender. Tenía 88 años y una vida de mujer luchadora y militante histórica del Partido Comunista. Poco antes de la pandemia se les rindió un homenaje a ella y a su camarada Dionisio Vacas. Allí anduvimos muchísima gente para que la memoria no nos flojee más de la cuenta. Tengo aquí sus dos libros: Nos quitaron la miel. Memorias de una luchadora antifranquista y Luchando por la liberación de la mujer. La entrega de una mujer incansable en los tiempos difíciles: «No me quedaba tiempo ni para soñar», escribe en el primero de esos libros, cuya magnífica y conmovedora presentación en la Universitat de València por Nicolás Sánchez Durá no se me olvidará nunca. Ahora los herederos de quienes atracaron a mano armada la miel de la esperanza republicana nos la siguen queriendo robar sea como sea. Escribir es agradecer, decía Olvido García Valdés. Me gusta decir que también leer es un acto de gratitud hacia quienes escriben. Desde aquí esa gratitud a Rosalía Sender. Por lo que escribió y, desde el otro lado de la escritura, he podido disfrutar como lector emocionado. Y sobre todo por su vida. Sobre todo por eso. Por su vida.