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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

Los mansos heredan macetas

En estas fechas teñidas de esperanza y religión, una amiga me anima a escribir sobre el caso de sus hermanos, que han hecho firmar un documento notarial a sus padres concediéndoles poderes con un 40 por ciento de decisión cada uno. Menos para ella, que se queda con un absurdo 20 por ciento de voz y voto sobre lo que les ocurra en el futuro. Es decir: tanto sus padres como ella tendrán nula capacidad de rebatir nada que se acuerde entre los socios mayoritarios.

Estos casos son poco conocidos, porque su legalidad sustituye su inmoralidad. Recuerdan a esos siniestros pasajes bíblicos en los que se narra la incapacidad de un heredero para valerse por sí mismo, y las estratagemas que utiliza para cambiar su destino. Es ese Jacob lampiño engañando al padre, es Caín, asesinando por envidia a su hermano el nómada, es José siendo vendido en el desierto como esclavo por sus hermanos.

La interpretación religiosa del bien y el mal es la responsable de que en España no sepamos entendernos entre nosotros ni aun instaurando un lenguaje único. Esa valentía que buscan en su interior tanto los mártires cristianos como el León Cobarde del Mago de Oz, es un error conceptual a evitar. La cobardía es el principio de la superioridad. En las especies animales vemos que los inferiores, como la lombriz, no conocen el miedo, mientras que los superiores, como los pájaros, sí.

Hay que ser una inteligente lombriz. Las lombrices digieren cualquier resto orgánico mientras excavan túneles. Remueven y airean el suelo, haciendo ascender fósforo y potasio. Además, son hermafroditas y a pesar de no tener dientes son muy voraces por su aparato bucal succionador que es prácticamente un simple intestino, que se regenera si es cortado.

Mientras que la humanidad ha industrializado el bien y el mal, los gusanos humanos saben que todo es una convención, que se llama hurto al hecho de no pagar un objeto del que uno se ha apropiado pero únicamente en el caso en el que alguien te vea, de que quien te vea se gaste dinero en la denuncia, de que la denuncia prospere y de que, finalmente, no se pueda torcer el veredicto del juez mediante regalos o influencias.

Pero por encima de todo esto existe, además, una convención social maravillosa: está mal visto y es de mal tono denunciar ante los demás a la persona que te ha perjudicado mediante sus maquinaciones. Y aún más si quien lo ha hecho te ha sometido a la tortura de utilizar en su beneficio todos los hilos sentimentales que componen la urdimbre del tejido familiar.

Los cotillas proféticos de esta ciudad reprochaban a un reputado crítico gastronómico usar su columna para ciscarse a vuelapluma en un hermano. Los mismos que, lloraban pidiendo humanidad y clemencia cuando Zaplana pretextó estar al borde de la muerte para no tener que confesar, viviendo en la enfermería de la cárcel, dónde estaban escondidos 20 supuestos millones de euros en sobornos. Los mismos opinadores políticos que no dijeron esta boca es mía cuando se obró el milagro de la recuperación, tanto la de una parte del botín como la física del exministro. Claro que estas lenguas no son de personas: son de puestos.

Así que la gente buena tiene que complacer a todos y ceder y seguir cediendo. Callar las maldades ajenas y pactar. No hacer profecía autorrevelable. Los que hacemos espectáculo, hacemos un arte menor y nuestro mayor poder es entretener, como Belén Esteban, limpiando las cloacas de los demás.

Para nosotros el olvido es un principio vital y sanador. Meternos en la piel de un personaje nos confiere la posibilidad de reconocer nuestras debilidades. De sacar al monstruo histriónico, loco y deslenguado que llevamos dentro. No jugamos a que Dios haya hecho a los hombres, sino a que un autor haya creado nuestros personajes. Pero si realmente existe ese Dios que otros pintan con manos y piernas y frente al que se ponen sin saber cómo piensa en materia de bondad y justicia, no tengo duda alguna de que su sistema moral y jurídico debe de ser enormemente distinto al de nuestros educadores, familiares y nuestros tribunales, despiadadamente vacíos de toda esperanza.

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