Se equivoca Pablo Casado en el fondo y en las formas. El Parlamento de la nación no puede convertirse en un estercolero de insultos y amenazas. Más que un Parlamento parece un patio de colegio con pataletas incluidas. Solo que esta vez no estamos hablando de niños.

A Pablo Casado se le está contagiando el tono crispado de Vox. No sé si con el ánimo de arrebatarle votos a la ultraderecha.

El control al Gobierno es otra cosa bien distinta. No he escuchado al líder de la oposición ninguna propuesta. Su discurso se basa en el insulto permanente hacia el presidente del Gobierno y alguno de sus ministros. Ahora le ha tocado el turno a la ministra de Economía y vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño. Defraudadora fiscal, la llamó.

Casado ha dejado atrás sus maneras de hacer oposición con sentido de Estado como prometió que haría durante la fallida moción de censura de Vox y ha entrado de lleno en la crítica y el insulto fácil, elevando el tono y convirtiendo el Parlamento en un circo. Donde deberíamos escuchar propuestas y alternativas a la acción de Gobierno, solo escuchamos zafiedades.

El nivel del parlamentarismo español deja mucho que desear. Se han perdido las buenas formas. No hay educación ni respeto por el adversario político. Todo se basa en ver quien dice el exabrupto más gordo.

Nadie niega a la oposición su papel de criticar al Gobierno, pero no todo vale en política.

Este país necesita serenidad y la clase política no está contribuyendo en modo alguno a generar un clima de confianza en la ciudadanía, que cada vez tiene más desapego hacia la clase política. Ese desde luego no es el camino y nos aleja más de la solución ante los grandes desafíos que tenemos por delante.