Sueñan los androides con ovejas eléctricas? La pregunta, que es el título de una obra de Philip K. Dick, plantea explícitamente en su enunciado una de las fantasías tecnológicas más recurrentes, la de robots que desarrollan cualidades humanas, a veces rebelándose con fines malvados, y a veces mostrando emociones y sentimientos impropios de las máquinas, como la piedad o el amor. Las distopías autómatas nos invitan a reflexionar sobre la esencia de lo que nos hace humanos. ¿Es la inteligencia, la autoconciencia, la capacidad de sentir, la de soñar? ¿O es quizás la capacidad de rebelarnos, incluso contra nuestra propia naturaleza?

El desarrollo de la inteligencia artificial es un elemento nuclear del debate sobre la transición digital, protagonista de la agenda política, y cuyos dilemas abordamos en este espacio. De manera general, la inteligencia artificial es un campo de la ciencia que abarca no solo la ingeniería informática y la computación, sino también la psicología, la filosofía, la lingüística y otras áreas. Se ocupa de conseguir que los ordenadores realicen tareas que normalmente requerirían inteligencia humana, esto es, que las máquinas hagan cosas inteligentes, lo que implica la capacidad no solo de calcular, razonar y resolver, sino incluso de aprender y comunicarse. ¿Hay algo más humano?

Hace tiempo que las máquinas son más inteligentes que los hombres. La gran amenaza que apuntan algunos expertos es que programas y algoritmos terminen por sustituirnos, dominarnos o gobernarnos. Otra amenaza, más práctica y tangible, es que las conclusiones o decisiones tomadas por robots provoquen, perpetúen o intensifiquen desigualdades e injusticias contra personas o colectivos, lo que sin duda se debe evitar. Por eso, los desarrollos y debates sobre la inteligencia artificial y, en general, sobre la era digital, reclaman un nuevo humanismo tecnológico.

El sociólogo Roger Bartra defiende en su interesante obra una visión pragmática y más optimista en relación con estas cuestiones. Además de ver más oportunidades que riesgos, lo que Bartra viene a decir es que los humanos funcionamos naturalmente como máquinas. Nuestro cerebro funciona con algoritmos y lo hace cada vez más. Es decir, los algoritmos no nos controlarían desde fuera, como nos advierten, sino que nuestra propia conciencia es algorítmica. Es por esto que ha declarado recientemente que los humanos somos «seres esencialmente artificiales».

Si como individuos nuestra inteligencia es limitada y de alguna manera «artificial», quizás nuestra mayor fortaleza y esperanza como humanos sea la inteligencia colectiva. Lo colectivo como horizonte ético y como voluntad histórica de construir sociedades más justas. Lo colectivo como rebelión, incluso contra nuestra propia naturaleza, para seguir gobernando nuestras conciencias. Visto así, quizás el verdadero reto como sociedad no sea conseguir que las máquinas sean menos máquinas, sino que los humanos seamos más humanos.