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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

Un bolso caro con zapatos baratos

En todos los medios de transporte público hay siempre una ventanilla que no se abre, un asiento que puede cambiarse por otro, un número entre el billete y el asiento que se ha leído apresuradamente, para ofrecer a un pasajero - o pasajera - la posibilidad de dirigir la palabra al compañero de viaje. Es el mismo método aleatorio que usamos los escritores de columnas de opinión para elegir nuestros temas, por lo cual es muy posible que algunos coincidamos en el mismo, dado que el paisaje que se ofrece ante nosotros es idéntico al que se extiende a través de los cristales para todos los que hacen el mismo camino. Coincido en cómo explica lo que pasa en la sociedad el análisis marxista. Pero en ese cómputo económico de beneficios, esfuerzos, transiciones tecnológicas y desigualdades humanistas, morales o materiales, se obvia todo lo que el azar puede llegar a cambiar nuestras existencias. Como la libertad de Marx se opone a la irracionalidad del azar, me resulta absurdo que alguien intente llegar a ninguna conclusión plausible cuando a nuestro alrededor las antiguas formas de poder permanecen sin moverse un milímetro, ni tampoco la violencia y la corrupción, que siempre han sido aliados de esos poderes, han abandonado el pretendido estado de libertad, progreso y bienestar que se nos prometió con la caída del Francisco. Después de la sensación creciente de que algo andaba mal y de que la realidad de una pandemia nos demostrara a nivel mundial que nuestro desigual modo de convivir no era más que una huida hacia adelante, sólo ha habido un hecho constante que se ha repetido en todas sus variantes: la fragmentación. Reconozcan que ustedes también han reducido su pequeño mundo al de sus amistades, y que aquellos que antes entraban y salían en los concurridos grupos que formábamos unos y otros se han refugiado en otros con menos fricciones. Si nos cansaba la amiga vegana, el abstemio o la intolerante a la lactosa que no podían compartir una comida corriente como hacían nuestros padres, aún nos hemos hecho más refractarios a los negacionistas que nos quieren demostrar que el mundo no es como es, sino como ellos creen verlo. Digamos que hay una parte de responsabilidad en la manera en la que enfocamos la vida a través de las noticias. Si un periódico hecho de papel nos ofrecía una visión temática y sucesiva de los acontecimientos según íbamos pasando sus páginas, hoy nuestra manera de informarnos es caótica: además de noticias producidas por los intereses de siempre, se han inventado agencias de noticias que nos advierten de qué noticias son las falsas, sin que haya un motivo suficiente como para considerar que las noticias que nos parecen más falsas no sean las más verdaderas. El caso del Príncipe Andrés de Inglaterra, por ejemplo, se suma al montón de noticias a las que uno no puede dar crédito: la defensa argumenta que un acuerdo económico entre la menor, Virginia Roberts Giuffre, y su proxeneta, exoneran al miembro de la familia real británica, cuando es precisamente ese acuerdo que beneficia a cualquiera que hubiera abusado de ella es el que debería dar más pruebas de su culpabilidad. Nosotros también tenemos, como todos los países incluso los republicanos, a nuestra familia real siempre indemne, que el vínculo que tenemos los españoles con las raíces de nuestro pasado, y a nuestro clero, que están hechos de todo aquello que el análisis marxista no puede analizar. Y como todo en nuestra vida son posibilidades, muchos se han acostumbrado a convivir con el caos que nos rodea como si no fuera nuestro: exministros que llevan tres años padeciendo una enfermedad mortal, subidas del precio de la luz estrambóticas o la protección del medio ambiente mediante ideas que explotan como una bomba de racimo sin llegar nunca a su objetivo. Es como si la escena de Popper y Wittgenstein peleándose con un atizador de chimenea en vez de encontrar ideas para un mundo mejor se prolongara en el tiempo. No me extraña que en València los ladrones, en vez de robar bancos, se arriesguen por un botín de bolsos de Vuitton. En medio de este sinsentido uno debe de aferrarse a sus dogmas e iconos. Y no hay nada más tranquilizador que ser poseedor de un poético objeto de placer y belleza que nos separe de las miserias de los demás.

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