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Luis Sánchez Merlo

¿Es que a nadie le importa…

...que un candidato se comprometa a no gobernar con otra formación política y a las pocas horas de haber ocupado la silla reservada a quien ostenta el poder público, forme un gobierno de coalición?

La experiencia ha evidenciado que las discrepancias tácticas se terminan enseñoreando –en beneficio de las ideologías– del interés general, en tanto que la verdad objetiva ha dejado el paso franco a la mentira, pasando a ser víctima propiciatoria del individualismo posmoderno.

...que el Ejecutivo –sustentado en una coalición progresista– haga caso omiso a dos sentencias del Tribunal Constitucional, que cuestionan la legalidad del decreto del Estado de Alarma, acordado por el mismo Gobierno?

Ya lo advirtió Tácito: “Para quienes ambicionan el poder no hay vía media entre la cumbre y el precipicio”. El día menos pensado, no cabe descartar que un tribunal se encargue de recordarlo.

...que la versión catalana de un partido constitucionalista haya votado en contra de acatar la sentencia del Tribunal Supremo, que establece la obligatoriedad de la enseñanza en castellano, en porcentajes no inferiores al 25%, en todos los centros públicos de aquel territorio?

Esto desvela que un principio básico del funcionamiento democrático: el cumplimiento de las decisiones judiciales se incumple, de forma ilegal e injusta, sin que se desprendan consecuencias mayores.

...que las exigencias aritmético-presupuestarias –para el mantenimiento del statu quo– lleguen tan lejos como que, en el periplo, sin consenso, de la enésima reforma educativa y fruto del que Luis Cernuda apellidaba “cainismo sempiterno”, el español haya dejado de ser lengua vehicular de la enseñanza y lengua oficial del Estado?

Esta peculiaridad pseudo adanista queda reflejada en el mustio epílogo del director de la Real Academia Española: “El Estado ha quedado inhabilitado para regular la lengua y quienes la regulan son sólo las comunidades autónomas en sus respectivos territorios”.

...que un ministro emergente y, en cualquier caso, ocasional, asegure que “la inercia de la dictadura” perduró hasta 1982 cuándo el PSOE accedió al Gobierno?

Con la emisión de este desvarío se tantea la temperatura para cancelar la Ley de Amnistía de 1977 –una exigencia de las fuerzas democráticas– y, de paso, se justifica que una Ley de Memoria Democrática derogue la Transición, llevándose por delante: la liquidación del sistema franquista, una Constitución democrática –base jurídica fundamental del Estado– y la reconciliación nacional entre vencedores y vencidos, todos con muertos en las cunetas.

...que, al intentar saltarse la Constitución, el nacionalismo identitario se haya convertido en una amenaza al sistema vigente y a la convivencia pacífica entre los españoles?

El Estado de Derecho se resiente allí donde la justicia está sometida a una tensión constante con la política que secunda la mitad de la población e imperiosa en su reclamación de amnistía e independencia.

Lo cierto es que, la respuesta al indulto, –desaconsejado por el Supremo y la Fiscalía– y el bienintencionado intento de apaciguamiento, la respuesta ha permanecido inmutable: “Lo volveremos a hacer”.

...que haya ganado el escepticismo y el desdén, dejando de importar la pertinaz obstrucción al mandato constitucional de renovar el órgano del poder judicial?

Los argumentos que utiliza la oposición para impedir, con su veto, la presencia de candidatos propuestos por partidos con representación democrática, no convencen ni a la UE, adicta sin matices a la despolitización de la justicia.

...que no se haya nombrado una autoridad independiente para garantizar un reparto, equitativo y útil, de los fondos europeos, con el objetivo de evitar la discrecionalidad y despejar sospechas?

Y “last but not least”.

...el empeño emocional, rayano en lo celopático, de anteponer la disciplina orgánica a la eficacia electoral?

Resulta difícil de entender que un valioso activo, después de un éxito incontrovertible, no se aproveche como refuerzo evidente y quede al socaire de un avatar de escasa relevancia.

La falta de respuestas ecuánimes a estos interrogantes ¿no será el resultado de una colisión entre la terca realidad y la pericia de la propaganda oficial? Esta disfunción –cuando se está haciendo frente al desafío pandémico, con buenos resultados en vacunación, estrenando un federalismo de ocasión y la munificencia europea in vigilando– puede exacerbar la objeción a la calidad democrática.

Los indicadores que certifican la fortaleza o debilidad económica tienen que ver con el crecimiento, el empleo, la deuda, el déficit público… El Banco de España y los organismos internacionales son fedatarios de datos que testimonian desarreglos sociales, territoriales, generacionales, ideológicos y culturales. Ahí puede radicar una de las causas que conducen a encabezar índices expresivos, como el último publicado por Eurostat: “España se sitúa como el país con mayor tasa de paro –14,1%– de la Unión Europea (UE) por sexto mes consecutivo”.

La relevancia de nuestro país en la escena internacional viene dada por la calidad de sus relaciones –por orden alfabético– con: Estados Unidos, Latinoamérica, Marruecos y UE. Queda la estimación al juicio del lector.

Las leyes de la termodinámica sugieren que en el universo casi todo es transitorio. Lo que importa es cuánto durarán las cosas. Por ejemplo, el encarecimiento de la vida, “casi nada enfurece tanto a la gente como la inflación”. Justamente, lo que ahora le resulta inquietante.

La obstinada cultura del teatro del absurdo –en la que seguimos– exige no sólo tolerancia o conformidad, sino la aceptación a ultranza de la impostura, hasta el punto de que la verdad objetiva, dejando paso franco a la mentira, ha pasado a ser víctima del individualismo posmoderno.

Ya decía Nietzsche: “Todo pensador serio tiene más miedo de ser comprendido que de no serlo”...

¡Claro que hay gente a la que le importa!

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