Desde Peñíscola hasta Elche y desde Benicàssim a Utiel, pasando por supuesto por la capital, el centenario del nacimiento de Luis García Berlanga ha sido conmemorado a lo largo y ancho de la Comunitat Valenciana. Magníficas exposiciones, como la organizada por el Muvim; coloquios y debates sobre su trayectoria; libros y revistas de todo tipo sobre su vida y su obra; o proyecciones públicas de sus películas más importantes han jalonado un año del centenario que culminará en Valencia el próximo 12 de febrero con la gala de los premios Goya. Podemos afirmar, sin temor a engaño, que la sociedad valenciana se ha volcado en rendir homenaje a uno de sus artistas más brillantes y podemos subrayar que el mundo de la cultura ha asumido a Berlanga como uno de sus símbolos. Esta actitud hacia el cineasta cobra todavía mayor relevancia en una tierra como la nuestra tan propensa al cainismo, la crispación y las banderías. Así pues, el legado siempre actual de Berlanga nos pertenece a todos, a las derechas y a las izquierdas, a los mayores y a los jóvenes, a las mujeres y los hombres. De hecho, el director de obras maestras como El verdugo o La escopeta nacional nos retrató y caricaturizó a todos de una manera tan genial que resulta difícil no sentirse representado. Este consenso en torno al centenario de Berlanga, que sólo han alcanzado aquí figuras como Joaquín Sorolla, debe mucho también al impulso de la Generalitat que puso en marcha una comisión y nombró a su frente a una actriz tan entusiasta y comprometida como Rosana Pastor.

El éxito del centenario berlanguiano, que se ha extendido por filmotecas, televisiones y festivales, ha dejado en evidencia, por contraste, a instituciones públicas como las madrileñas que han dejado pasar sin pena ni gloria una efeméride similar de Fernando Fernán-Gómez. De este modo la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid han demostrado poco respeto y admiración hacia un portentoso artista que fue actor, director de teatro y cine, escritor y académico, entre muchas facetas. Y que pasó la mayor parte de su vida en la capital española, escenario de muchas de sus creaciones. Tal vez fue demasiado corrosivo o muy radical o independiente para los gustos tan mentirosamente liberales de las autoridades madrileñas de hoy. Si bien es cierto que Fernán-Gómez habría de ser patrimonio de todos, su vinculación con Madrid lo debería haber hecho acreedor a un centenario más lustroso. Otro desdén imperdonable sería el que amenaza con sufrir en su centenario, este año, la memoria de José Luis López Vázquez, uno de los actores más sobresalientes de la historia del cine español. A propósito de centenarios y consensos cabría añadir el deseo de que la revisión ahora de la obra de Joan Fuster demuestre que fue uno de los intelectuales que mejor reflexionó sobre la identidad, el carácter y la historia de los valencianos. Así pues, ya basta de sectarismos y desprecios como el perpetrado por la derecha madrileña con Almudena Grandes. Cuando comprendamos que ella se merece ser hija predilecta de Madrid tanto como Mario Vargas Llosa se mereció ser hijo adoptivo habremos dado pasos de gigante en cultura y en democracia.