Que nadie deduzca aviesos empeños por mi parte al leer el titular de este artículo. No es mi intención ponderar la valía de nadie en función de su altura física, sino más bien dejar constancia de la cortedad de talla humana del alcalde de Madrid cuando, en una reciente entrevista, manifestó que: «Almudena Grandes no merece ser hija predilecta de Madrid, pero para sacar los Presupuestos hay que hacer cesiones». ¿Cómo se puede ser tan incoherente y votar a favor de que la recién fallecida escritora reciba el título honorífico en cuestión y al mismo tiempo manifestar que no merece tal honor? ¿Cómo calificar la ética de quien vende sus principios por tres votos a favor de unos presupuestos municipales? Igualmente, cabía preguntarse por la integridad y la lealtad de los tres ediles tránsfugas de Más Madrid —díscolos como en algún medio se les califica—, a quienes Rita Maestre ha considerado como «un Grupo Mixto que no representa a nadie y sólo buscan su interés personal». Por cierto, no olvidemos que quien abandona un partido pero no renuncia a su escaño, si hace uso de su voto para pactar con un rival, además de díscolo (quien se rebela contra las normas que acató) es un tránsfuga como la copa de un pino.

Mal pues por Almeida. Y mal también por los tres concejales carmenistas escindidos de Más Madrid, por mucho que su transfuguismo haya hecho posible la eliminación de las subvenciones públicas que la extrema derecha pedía para poner trabas a las mujeres que quieren abortar, o también conseguir unas ayudas municipales para asociaciones pro-derechos LGTBI entre otros logros, todo ello añadido —claro está— a que el PP vote a favor de que Almudena Grandes sea hija predilecta de Madrid, algo que, sin duda, le habría traído sin cuidado a la escritora, e incluso habría rechazado si el voto favorable de la derecha procediera o fuera el fruto un cambalache pactado con tres tránsfugas de la izquierda.

Y es que, en este santo país, ninguna ideología se libra de alguna que otra vergüenza al dejar constancia de lo endebles que pueden ser los principios de algunos políticos. Por ejemplo, acabamos de comprobar cómo el PP del ayuntamiento de Madrid acaba de pactar con comunistas sin sonrojo alguno y al mismo tiempo que acusa al Gobierno de hacerlo con terroristas. Por su parte, los tránsfugas de Recupera Madrid (nombre que adoptó el grupo mixto formado por los cuatro ediles del gobierno de Manuela Carmena, tras separarse de Más Madrid) tampoco se han sonrojado por ser los únicos ediles de la izquierda madrileña que han dado el sí a los presupuestos del PP, una infidelidad que justifican con los exiguos logros obtenidos con el pacto.

Hace unos días, en su programa Hoy por Hoy, la periodista de la SER Àngels Barceló, consideró a José Luís Martínez-Almeida como una persona «cargada de complejos […] que tiembla ante la posibilidad de hacer enfadar a los matones del barrio», para luego añadir «llevo días pensando en lo que diría Almudena Grandes ante tan lamentable espectáculo, y me la imagino soltando una de sus sonoras carcajadas y volviendo a sus quehaceres, pensando que alguien tan mediocre no merece tanta atención».

A título personal, estoy convencido de que a Almudena Grandes le habría traído sin cuidado la polémica que se ha creado en torno a la concesión de un reconocimiento institucional otorgado por un ayuntamiento donde la mayoría de los ediles no son afines a su ideología, y sobre todo cuando para ella, muy por encima de oropeles y fatuos agasajos, lo más importante siempre ha sido la honestidad, la decencia y la gratitud por el cariño de sus lectores.

Cuánto me duele no poder leer la columna que habría escrito Almudena sobre este tejemaneje. Estoy convencido de que habría enviado a hacer puñetas a quienes se atrevieran a concederle una distinción honorífica al mismo tiempo que decían que no la merecía. Porque ella era así, clara, íntegra y honesta.