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A vuelapluma

Alfons Garcia

Inocencia necesaria

Inocencia necesaria

Las cosas son como siempre han sido, pero diferentes. Así es el tiempo, la evolución..., esas palabras grandes. Me gusta dejarme sorprender por el Spotify y casi siempre me devuelve algo que me reconforta. El otro día me desempolvó una canción de Fleetwood Mac (no es un gadget de último generación, no) que hacía años que no oía. Antes me gustaba dejarme sorprender por la radio del coche. A veces acertaban. Bastantes. Sigue siendo azar. Pero de otro pelaje. Ahora los algoritmos que marcan el ritmo de nuestras vidas son un azar resabiado, con memoria. Porque el Spotify sabe que hace semanas busqué una canción de Fleetwood Mac. Identifica mis gustos, busca afinidades con conocimiento de causa. Hay azar en todo el proceso, eso que tanto nos atrae, desde Ulises hasta aquí, hasta las historias extrañas de Paul Auster. Hay azar, pero un azar menos espontáneo, menos inocente.

Seguro que me equivoco, pero uno de los rasgos de este tiempo me parece la pérdida de la inocencia. Hay un exceso de filibusterismo con arrogancia, exceso de mentiras a la cara del prójimo. Como si fuera lo natural. Djokovic engaña casi a la cara del mundo y parece que tuviera que dar igual porque es un ídolo, supermán con raqueta. Los que defienden que puede hacer lo que quiera son los mismos que piden cerrar fronteras y levantar altas barreras para que los pobres no lleguen a Occidente, y como si nada, porque es cuestión de riqueza y poder. Los que los tienen pueden hacer lo que les plazca. No hay reglas para ellos, son los reyes del mundo con alevosía. Un partido (el PP) defiende posiciones sobre el trato a menores abusadas totalmente dispares en la Comunitat Valenciana o en Madrid, porque todo vale, las medias verdades, las distorsiones, las hipérboles, aunque estén a flor de piel. El PSOE se enmaraña con las macrogranjas porque hay unas elecciones y ya no sabe cuál es su posición o si todo tiene que ver con una pataleta porque el vecino de pupitre se ha inmiscuido en sus competencias. Y Podemos no deja pasar la oportunidad (de nuevo tú, Pablo) de reclamar que se meta mano a la libertad de prensa. No es que esta viva sus mejores momentos asediada entre dificultades de solvencia (económica y de otra naturaleza), pero oír propuestas parecidas a una Policía de la verdad levanta suspicacias. Sobre todo si se ve lo que está pasando en los países donde el comunismo dio paso a algo tan fangoso como deplorable, donde la libertad vale poco en general, y mucho menos la de opinión. Esta democracia cansada occidental no es un paladín de virtudes, pero lo que se ve allí donde el comunismo floreció (o en las nuevas experiencias políticas en Sudamérica) no ofrece esperanzas de nada mejor. Al contrario. Dice el dolorido Rafael Chirbes de su memorias que uno quiere la revolución (aún), pero ya no la cubana, ni la china, ni la rusa, igual que uno quiere a la humanidad pero no aguanta a casi nadie. Es más voluntad de querer y creer que querer y creer realmente. Pues eso.

La cabra tira al monte y uno acaba casi siempre volviendo la vista a donde se siente cómodo. Me pasa con Séneca. Casi todo se soluciona con valores morales personales. Honestidad es lo que nos falta a todos en este tiempo. Las reglas no son tan malas si no fueran retorcidas a sabiendas. Si se jugara con ellas con algo más de honestidad. Los bulos no son una novedad. Lo diferente (algo, al menos) es el impudor con que se manejan. Es lo que pasa cuando la estrategia tiene más valor que los principios. Cuando ganar es lo que más importa. Cuando hay demasiados marcos: el económico de la derecha, que parece que lo impregna todo, sin solución, y la superioridad moral de la izquierda, que tanto indigna al otro lado y en la que me veo deslizándome sin remisión una vez más. Sobran orejeras. Falta contaminación intelectual y moral.

Pero qué quieren, aquí estamos, el mundo este que nos rodea en este puerto mediterráneo no está tan mal, sobre todo si tomas cierta distancia y lo miras desde un cierto ángulo, con indulgencia y sin dejarte llevar por el frenesí de los comentarios superfluos. Les aseguro que a esa hora en que, en estos días de invierno, el sol rompe la niebla e ilumina el rocío, todo se ve mejor. Suave, bello y posible.

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