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alberto soldado

VA DE BO

Alberto Soldado

Macrogranjas de humanos

Una cola espera a las puertas de la oficina bancaria. Mascarillas y distancia de seguridad. La gente guarda turno para acceder a una atención personal y se encuentran con el cartel: «si no quiere guardar cola, pida cita previa». Todos son conscientes de que esa gestión les llevará no menos de una hora de su tiempo. Los comentarios son coincidentes: «esto es una vergüenza…» Al fin, el súbdito de la entidad, que allí dispone de su cuenta corriente de la que se cobran comisiones por cualquier gestión o paga intereses del 19 por ciento ante cualquier descubierto, consigue acceder y oye a un empleado pedir explicaciones a una clienta del motivo de retirar su cuenta. La súbdita, que camina hacia la ciudadanía, tiene la deferencia de no contestarle como se merece: «porque me sale del higo…» pero le dice, educadamente, que está harta del trato recibido y le recuerda que esas esperas van a cuenta de su tiempo que también tiene un precio. La empleada sólo hace que ponerle dificultades… Mientras tanto otro empleado intenta convencer a un cliente de la bondad de contratar un seguro de salud… ¿Por qué no venden accesorios de automóviles o sacos de abono? Lleva veinte minutos de intensa verborrea comercial mientras crece la cola. Acabará convenciendo al cliente de que no se puede vivir sin ese seguro.

Uno piensa en su libertad que igual debe ser un plan estratégico de las altas esferas: pongámoslos histéricos y vendámosles seguros de atención médica, o del hogar, o de vida, eso sí, descartando los suicidios que crecen como la espuma y no es rentable… Uno rumia si no saltará la chispa y se armará un motín grabado por algún móvil que se hará viral en las redes. Mientras exista libertad en las redes tendremos alguna posibilidad de reacción, digo yo. La televisión ya sabemos que pertenece al ejército enemigo.

El cliente observa la desesperación de una hija que acude con su padre para sacar un dinero que el cajero no le ha dado porque su vista no alcanza o simplemente porque no se aclara con las órdenes recibidas. El empleado se excusa en que la caja interna solo está abierta hasta las once y ya son las doce y media y no puede atenderle. «Pero es que necesito el dinero…» suplica la hija. La respuesta es que las normas no pueden saltarse. Resignadamente padre e hija dan media vuelta y salen de la oficina cabizbajos y en silencio. Igual ocurre con un inmigrante magrebí que va a dar de baja su cuenta: «antes de hacerlo debe pagar los ocho euros que usted debe al banco…» es la respuesta, momento en que el empleado que me atiende con cita previa me ofrece su mano, me mira y me dice: «sí, tienen ustedes razón. Nosotros compartimos ese malestar…»

Nadie recuerda que esa entidad fue rescatada con el dinero de todos. Que ese rescate ha concluido en la amortización de miles de puestos de trabajo, que los planes son de seguir amortizándolos y convertirnos a los clientes en sus empleados a través de ese proceso tan apasionante, toda una aventura, como es el de la digitalización.

Regreso a casa. Necesito relajarme. Pongo una música y me sale en Youtube un anuncio de Greenpeace solicitando mi firma contra las macrogranjas de animales que, por lo visto, son un peligro para la humanidad. Les he escrito que lo haré cuando financien anuncios en las redes contra las macrogranjas de humanos…Hay que priorizar.

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