Entre los estudiosos del cine se conoce como “sense of wonder”. Algo así como suspensión de la incredulidad o sentido de la maravilla: una forma de sumergirnos en el relato. Funciona como un pacto tácito entre espectador y obra. Que consiste en tragarse lo que vas a ver, sin hacerte demasiadas preguntas ni pretender pasar todo por el filtro de la verosimilitud. Pones en pausa tu sentido común con el pro quo de que la película, al menos, cumplirá sus propias reglas internas. Al fin y al cabo, sólo e sficción.

Cuando se anunció la investigación (la anteriormente denominada “imputación”) de la Fiscalía sobre Ada Colau, por adjudicaciones bajo su mandato en la Alcaldía de Barcelona, sólo unos pocos (crédulos) pensaban que dimitiría. El resto sabíamos que no sería así. Una dimisión, por cierto, que lo sería en estricto cumplimiento del reglamento ético interno de su formación, una Barcelona En Comù que es una plataforma, más o menos satelital, de Unidas Podemos. Por supuesto, la alcaldesa ya ha avisado que no se bajará del carro.

En este aparentemente sencillo juego hay tres distintos elementos en liza: el mencionado reglamento, su aplicación y la responsabilidad institucional. Un conjunto de compromisos que debieran accionarse como compuertas consecutivas. Pero que, sorpresivamente, nunca actúan como tal.

Con la llegada de la nueva política, hace más de un lustro, las ansias de regeneración condujeron a los nacientes partidos a plantear un perfil público abiertamente distinto de las formaciones tradicionales. Para ellos, estos partidos llevaban en su seno la semilla de la corrupción y de la falta de transparencia. Estaban infectados por su paso por las instituciones y habían asumido las corruptelas como parte del sistema. Era necesario separarse de su modus operandi. Podemos fue especialmente beligerante en este aspecto y arbitró un código interno que les apartaría de las tentaciones propias del poder.

Ahora parecen, como mucho, una amalgama de buenas intenciones. Y ya sabemos que los cementerios políticos están llenos de ellas. La práctica ha desmentido la finalidad con que se originaron. La realidad dicta que los códigos éticos de estos partidos no nacieron para cumplirlos, sino para que los demás supieran que se podían cumplir.

Suponía una forma de presión a sus rivales, que ya tenían escrito en su frente el pecado original. E imprimía una superioridad ética que buscaba la retribución de la ejemplaridad, que lógicamente era traducción en votos. Nosotros no somos ni vamos a ser como ellos y por eso os damos estas tablas, para que lo veáis.

Claro que, entonces, no había cargos ni poder en instituciones sobre los que abusar. No morder la manzana porque ni te la han ofrecido tiene un mérito cuando menos relativo. Por eso, después, su ejecución ha sido más un incordio que el procedimiento cuasi automático que pretendían ser.

Porque había implícita una cláusula de inaplicación que no supimos ver: si el ataque venía del enemigo el código no debía administrarse. De hecho, en ese caso, no seguir el reglamento otorgado era una obligación. Una forma de resistencia frente a esa masa ingente que denominan “los poderosos”. Como si fueran estos, sean quiénes sean, los que te hubieran forzado a tu redactar y firmar propio contrato con los electores.

Lo cierto es que nunca creyeron en ellos o en que debían acatarlos. O eran tan ingenuos de pensar que no les podía pasar a ellos o simplemente mentirosos en serie. Lo dejo a su gusto.

Con todo, yo comparto la decisión de la alcaldesa Colau de no dimitir. Si como ella misma dice otras causas parecidas han sido ya archivadas, el dato aconseja confiar nuevamente en el estado de derecho y en la presunción de inocencia. Que es el fundamento de la defensa de cualquier imputado. Y debía alegrarse de que la separación de poderes, los famosos “checks and balances” funcionen. Así podrá asegurarque el comportamiento ético que propugnan se aplicará a todas las formaciones por nuestro ordenamiento jurídico.

Honestamente espero que salga declarada inocente, porque no estamos para continuar con el descrédito en cadena de las instituciones. Confiar en el funcionamiento de la justicia y en la fiscalización de las instituciones es la verdadera coherencia.

Lo otro, lo de los códigos y las flagelaciones exageradas, ya vemos que no había que tomárselo a pecho. Era solo ficción.