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Esquivel

La ventana

Francisco Esquivel

Cada uno que se responda

Llama uno de esos seres que lo mantienen a uno en vilo y rocía sobre mí el siguiente dilema: «Ahora que en nuestro entorno está acelerándose el envejecimiento hasta el extremo de que lo pueblan 134 mayores de 65 años por cada 100 con menos de 16, si vienen los pajoleros de Neurociencias y aseguran que han dado con el método para revertir la estadística intercambiando a aquellos mocitos que les apetezca hacerse con la pensión de alguien que ha cotizado más de cuarenta años por un abuelete al que le seduzca volver a ser menor de edad y hacer otra vez el recorrido completo, ¿tú te apuntarías?».

    Pero, bueno, ¿¡cómo puedes dudarlo!?, le suelto a bocajarro sorprendiéndole con una reacción instantánea. Y me pongo a recitar. El placer de mirarme al espejo y disfrutar de ese acné que continúa en crecimiento exponencial, una gozada mayor aún que hacer cola durante varios cursos en el patio hasta alcanzar el turno de saltar el bendito plinto. Solo por revivir esos episodios... y aguardar con ansiedad, en caso de seguir con la crisma puesta, la hora de la merienda para merodear los alrededores del portal en que el que vive Maribel comprobando una tarde más que ha preferido a Ignacio, decantación esta que desde el punto de vista socrático no tiene ni pies ni cabeza. Pero yo soy mejor con el balón en los pies, te decías en un arrebato de furia española.

    Apoyado en un bagaje de tal tenor, se echa encima en cuanto te descuidas el trance de saber si serás capaz de montártelo por ti mismo como ya hicieron tus padres. Una vez iniciado el camino, surge un plan más seductor, te la pegas y te quedas colgado cuando has crecido bajo la máxima de «busca la seguridad» asfixiando el ambiente. Antes de darte cuenta te plantas con un par de criaturas, luego familia numerosa y un oficio sin red en el que sobrevives a pecho descubierto creyéndote un día Tom Wolfe y padeciendo a la mañana siguiente el síndrome del impostor. Pues eso, ¡cómo no me voy a apuntar!  

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