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Juan Lagardera

NO HAGAN OLAS

Juan Lagardera

Valencia, capital mundial...

A pesar de los líos internos en el llamado Gobierno del Rialto, que no es otro que el ejecutivo del consistorio municipal de Valencia, tanto la facción Compromís que aglutina el alcalde Joan Ribó, como la socialista de la eterna aspirante a alcaldesa, Sandra Gómez, están encantadas con la sucesión de eventos que permiten sacar pecho y buenas dosis de propaganda a su acción política.

El poder maduro de Ribó y la ambición joven de Gómez pujan por situar a Valencia en el mapa mediático nacional, y para ello no dudan en potenciar, y subvencionar, la presentación de la guía Michelin en el otrora conservador Palau de les Arts, o la gala de los Goya, donde la progresía cinematográfica vestida de tiros largos y smoking inquiere por un mundo mejor siempre y cuando el dinero público ayude a financiar la actividad audiovisual.

La oposición no se inmuta ante la avalancha de festejos, todo lo contrario, acude rauda a los acontecimientos para que no les pille la sesión fotográfica con el pie cambiado o, peor aún, ausente. El ciudadano Fernando Giner agota su tiempo político antes de volver a sus mejores momentos como tertuliano, mientras que la oposición alternativa de María José Catalá anda revolviendo el baúl de los recuerdos, desde el fantasma de Rita Barberá a la insurgencia blavera que palideció hace más de dos décadas. Así que a nadie le amarga un evento, en especial cuando anda repleto de cámaras y periodistas para alborozo de instagramers y twitteros.

Fiestas como la Michelin y los Goya son solo el principio de un calendario que incluye la capitalidad mundial del diseño a lo largo de todo el año 22, cuyas actividades se arracimarán hasta las próximas Navidades, contra todo pronóstico y muy a pesar de la proliferación sostenida de señales callejeras, papeleras, artefactos varios de servicios públicos y toda suerte de mobiliario urbano descontrolado y sin gracia alguna en sus formas y colores por las aceras valencianas.

Durante esta temporada también va a ocurrir –o está ocurriendo ya–, la capitalidad europea en este caso del turismo inteligente, lo que equivale, suponemos, a que existe también un turismo digitalmente analfabeto y sin tecnificar, y ese no lo queremos. Cabe recordar, en este punto, lo mucho avanzado desde 1969, cuando el dramaturgo británico Kenneth Tynan, autor del musical Oh Calcutta! y amigo personal de Orson Welles, calificó a Valencia como «capital mundial del antiturismo», lo que escribió tras recibir una paliza de la Brigada 26, creada por el comisario Manuel Jordán, en la discoteca del hotel Astoria.

Hay más. Valencia aspira a ser capital verde en el 2024, y sede también del Web Summit Planet:Tech que bien, bien, no sé lo que es. En cambio, está dejando pasar la posibilidad de repetir sede como centro neurálgico de la Copa del América a favor del equipo de Nueva Zelanda, asunto que, al parecer, suena muy a PP y a elitismo velerista, por más que un progresista pijo como John F. Kennedy fuera aficionado a ese deporte. Y Nueva Zelanda, uno de los países con menos desigualdades sociales del planeta.

Esta querencia por los grandes eventos no es una exclusiva veleidad de los actuales mandatarios valencianos. La citada Rita Barberá, y no digamos Francisco Camps, también se desvivieron por los fastos y acontecimientos públicos. Desde la mismísima Copa del América de matriz helvética que sirvió para ganar la Dársena histórica del Puerto, a la ruidosa Fórmula Uno. Antes, Eduardo Zaplana apostó por convertir a Valencia en sede permanente de la OTI, un giro latino a la mediterraneidad que había impulsado el alcalde Pérez Casado junto a Luis G. Berlanga y el concejal Vicent Garcés.

De hecho, la propia Rita tardó en clausurar la Mostra de Cine, que ahora ha vuelto, pero sin oropeles ni glamour cool. A la alcaldesa le gustaba rodearse de los actores de relumbrón que solían invitar al festival, y suyos son los paseos con grandes risotadas junto a Lauren Bacall, Sofía Loren, Gerard Depardieu o Andy García… Incluso a González Lizondo se le caía la baba durante la legendaria rueda de prensa que celebró junto a una sofisticada Catherine Deneuve. En tiempos de Rita Barberá, también, se produjo la fallida candidatura a los Juegos Mediterráneos que sí pudo ganar Almería.

Si los socialistas valentinos descubrieron aquella vía mediterránea, fue el lermismo de Joan Lerma y Antonio Ten el que propulsó la Ciudad de las Ciencias –y luego de las Artes–, una fórmula importada de París que buscaba sacar a Valencia de la depresión que suponía, una vez más, ver pasar los grandes acontecimientos y sus inversiones estatales hacia otro lugar: las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla –agraciada además en tiempos felipistas por el primer AVE a Madrid–. En cambio, la arquitectura faraónica de Santiago Calatrava la pagó a pulmón la propia Generalitat –y ha salido por un pico–, sin que el Estado central haya contribuido con un mísero óbolo.

Ese sentimiento de agravio viene de más lejos. El franquismo, desde luego, no le puso remedio. Al contrario. Los valencianos pagamos con sellos de 25 céntimos las obras públicas del llamado Plan Sur que se aprobó cuatro años después de la riada del 57. Todavía quedan pendientes proyectos de aquella ley que reformó el aspecto de la ciudad para siempre, entre otros, culminar la red de saneamiento y la desembocadura del Jardín del Turia, otra obra que la ciudad ha tenido que acometer en solitario. La propia red del metro y la del tranvía son infraestructuras que proceden de aquel entonces, mal planificadas y peor explotadas a caballo de los complejos de Valencia como tercera ciudad desconsiderada del país.

Y aún mucho antes, la famosa Exposición Regional de 1909, el hito más importante de la ciudad en el periodo de entresiglos, el evento que dejó modernismo e industrialización, deporte y bellas artes a Valencia en ese momento decisivo, no fue otra cosa que una formidable movilización privada, comandada desde el Ateneo Mercantil por Tomás Trénor Palavicino, que respondía así a la desconsideración que había supuesto la celebración en Zaragoza de la Exposición Hispano-francesa en 1908. Se tomaba el testigo de la Real Sociedad Económica y hasta de la Agricultura, entidades patricias que animaron el siglo XIX valenciano con toda suerte de ferias y eventos dedicados a las flores, las plantas, la historia, las artes, la industria, los productos agrícolas o a las incipientes máquinas y motores como las bombas hidráulicas…

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