El señor ministro de Agricultura, señor por decir algo, que se muestra tan “sorprendido” por el inicio de la campaña española de cítricos, es ministro en el gobierno de un país que es miembro de la Unión Europea. Como tal, es de suponer que se enterará un poco de lo que allí se cuece respecto a esa esquizoide política agraria que solamente unos pocos llegan a entender. Una de esas prácticas tan curiosas es la de permitir la importación de cientos de miles de toneladas de productos frescos (que nos comemos) que también producen miles de agricultores europeos, pero con la diferencia de que aquéllos pueden utilizar docenas de productos tóxicos, cancerígenos y aniquiladores de la fauna útil mientras que aquí, obviamente, están prohibidos. Es habitual que incluso tripliquen las dosis permitidas y nos los cuelen como ecológicos, pero eso es otro cantar. No contentos con esa curiosa permisividad, en los últimos años el límite a los volúmenes de importación permitidos se ha multiplicado al tiempo que se ampliaban también los meses de barra libre.

Hay que ser muy muy muy “despistado” para sorprenderse de que la producción europea se pudra en los árboles: los tratamientos son hasta cien veces más caros y la mano de obra es infinitamente más cara (la explotación en las super-explotaciones (valga la redundancia) que algunas empresas europeas explotan (vuelva a valer la redundancia) en aquellos países es brutal) Pero los caminos de la U.E. ya sabemos que son inescrutables. Sin embargo, y eso es lo más triste, cuentan con nuestra absoluta condescendencia. Me imagino la situación si ese más de un millón de toneladas de cítricos se estuviera pudriendo en arboledas francesas. Pero aquí, como mucho, tiramos unas cuantas cajas de naranjas al suelo, frente al Ministerio, Generalitat o Conselleria del ramo, ante el descojono de sus moradores, más preocupados de lo que dicen de ellos o ellas o elles en Twitter que de lo que está pasando en el campo. Y los que compraban este verano naranjas sudafricanas a más de cuatro euros el kilo ahora pasan de largo frente a los lineales donde la naranja local se vende a menos de noventa céntimos. Supongo que prefieren seguir dejándose cuatro o cinco euros en cosas que no tocan. Por ejemplo fresones. Cuando llegue la temporada se pasarán a los lichis. No tenemos remedio, pero sí un Ministro a nuestra altura.