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Alfons Garcia

Los señalados

M e gustan las bibliotecas y las salas de exposiciones, lugares donde estás acompañado de gente pero estás solo, lugares donde no hay barullo (normalmente) y puedes perderte contigo mismo. En la vida, al final, aprendes que, por mucho que lo intentes, hay espacios donde no te encuentras y otros en los que sientes que la existencia pesa menos. Y llega un momento en que dejas de pelearte con tu sombra. María Zambrano llamaba bienaventurados a los que logran separarse del ruido y encontrar rendijas de luz en la existencia. Huir de los entornos que nos desgastan es una bienaventuranza.

Últimamente parece que hay más odio. Al menos se habla mucho más, incluso se teoriza, se novela y se filma sobre esta presencia cotidiana. Manifiesto mis dudas de que haya más (guerras y conflictos ha habido desde aquello de Caín y Abel), pero sí es más visible, de forma que el hater se retroalimenta al verse acompañado. La visibilidad tiene que ver con las sociedades de la información y la abundancia de canales donde derrochar bilis. Un inciso: el nombre común para referirse a estos sujetos es en inglés, aunque en español existe, pero lo de odiador es de escaso uso, lo cual ya indica algo.

Lo peligroso, en todo caso, no es el odio en sí, sino cuando se convierte en forma de vida, en el alimento que cohesiona a un colectivo, cuando este antepone joder al otro a intentar mejorar sus condiciones de vida. Eso es la peste. Lo decía hace unos días Jordi Amat. Y uno lo pensaba viendo fragmentos del acto que una plataforma de televisión montó esta semana en una institución valenciana que no merecía una orgía de odio así, pero alguien lo quiso. La libertad también es esto. La excusa eran los menores tutelados y el caso del ex de Mónica Oltra. Se puede cuestionar la gestión y criticar errores habidos, pero todo eso es lo de menos cuando triunfa el desenfreno verbal contra el otro. Lo peligroso es cuando el odio se convierte en fin sin más. Lo peligroso es cuando el odio se transforma en la señalización de otro (hoy puedo ser yo, mañana puede ser usted). ¿Les suena la historia? No es tan pasada. Porque además el que señala no domina (menos ahora) hasta dónde pueden llegar las consecuencias de su acción. Lo peligroso es la transformación del odio, que es siempre personal, en fanatismo contra otro. Contra otros: extranjeros, de una ideología diferente, de otro color, de otra orientación sexual.

Todo este orden de las cosas tiene un nombre. El fascismo ancla su capacidad de ser en el odio, el victimismo y la posesión de una verdad oculta. «Decimos la verdad que el sistema esconde». Así empezó el acto del otro día. La legitimación llega por una extraña iluminación que les confiere el conocimiento de la verdad y la fuerza para exponerla. No nos engañemos. O no nos dejemos engañar de nuevo. Esto no va de santos o iluminados. Ni los hay en este lado de lo supuestamente correcto desde el que escribo ni en la caverna de la verdad de donde han salido los que hasta hace no mucho ocupaban, muditos entonces, esferas de poder. Esto va de poder y de intereses económicos. Como siempre. De gobernar y devolver privilegios a algunos que creían que los tenían otorgados de por vida. De pasar facturas por los servicios prestados cuando hacía frío. Si eso pasa, no duden de que el dinero (el capital, como decían antes del presunto fin de las ideologías) intentará apartarse de estos fabricantes del odio. Pero, a veces, es demasiado tarde. A veces, la bola del fanatismo es ya demasiado grande, arrolla también al poder y se instala en él. ¿Suena?

Pienso estos días en Stefan Zweig, en la incapacidad de la mayoría de austriacos, como él, de detectar el deterioro social y moral que estaba oxidando la convivencia alrededor. Hasta que fue demasiado tarde. Pienso en la dificultad de descubrir el momento de decir ‘basta’, cuando ya solo es posible la huida con lo puesto y el exilio, porque ya estás entre los señalados.

Entonces has de buscar bibliotecas y salas de exposiciones en otros rincones. Ojalá los que estaban el otro día encuentren destinos vitales que los alejen del rencor colectivo. Ojalá alcancen a separarse del ruido y ser bienaventurados.

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