Creo que la primera vez que la vi fue por allá finales de los años setenta, seguramente en la universidad, aquella universidad de Geografía e Historia empapelada de carteles, convocatorias e insurgencias varias; iba acompañada del cantante Carles Barranco con el que luego se casaría y la recuerdo arrastrando uno de esos grandes capazos de estilo ibicenco y un vestido túnica de dibujos folklóricos que estaban de moda. Coincidimos también en alguno de los festivales del Canet Cançó, Carles acababa de publicar su álbum Miralls con una portada heterodoxa de Enric Satué que incluía un texto de Joan Fuster. Seguimos viéndonos en algunas de las veladas de los Premis Octubre al Hotel Astoria o la Piscina Valencia donde participaba en la modalidad de poesía despertando la curiosidad entre el gremio literario mayoritariamente masculino. En medio de aquel totum revolutum que fueron los años de la Transición, preautonomías y demás fandangos, la figura de Fina Cardona destacaba siempre. Una belleza natural donde sobresalía su cabellera pelirroja y las pecas de su rostro. Como una heroína de una de esas novelas decimonónicas que luchan contra los convencionalismos de su época. Con la puesta en marcha de Ràdio 9 volvimos a coincidir, ella se ocupaba de temas culturales en su programa By Pass y a continuación, ya enfilando la noche, entre Bartual y yo poníamos en marcha los disparates del Bikini Club. Un tiempo de felicidad, amistad y muchas canciones.

Ahora, de golpe, recibo el anuncio de su muerte. El dolor se suma a la tristeza por la despedida que no tuvo lugar. Hacía tiempo que estaba luchando contra el cáncer, una enfermedad que le obligaba periódicamente a realizar agotadoras sesiones de quimio y todo lo que ello comportaba. En el móvil se cruzaban mensajes de revisiones y entradas hospitalarias que ella llevaba con discreción. La misma discreción que quiso hasta el final. El paso del tiempo siempre alimenta nuestra ilusión y hasta te acostumbras a pensar que lo inevitable no siempre tiene por qué suceder. Pero ocurre. Inevitablemente. Llegados a una edad, la vida comienza a ser un índex creciente de ausencias y el reloj del tiempo parece que se ha puesto en una implacable operación de cuenta atrás. Y más tarde o más temprano, como el que no quiere la cosa, nos habremos de preparar para decir ese «Ya voy». Como repetía el cantante Léo Ferré en su bella elegía dedicada a su chimpancé muerto «nos acostamos siempre con la muerte». Y mientras, dormimos como podemos con los sueños de los muertos.

Quiero recordarla como ella seguramente querría ser recordada, divertida, irónica, con ese punto de sarcasmo cuando se trataba de enjuiciar a determinados personajes. Ahí su verbo podía ser altamente vitriólico en cuestiones como la Acadèmia de la Llengua, el gobierno autonómico, la programación de À Punt, la enseñanza o la colocación de las carpas en Fallas. Recordarla también como una mujer culta, imaginativa, brillante, curiosa, que podía estar hablando con autoridad de la poesía de Joan Salvat-Papasseit, ese poeta que había marcado su vida, como del último disco de Belle and Sebastian. La biblioteca y discoteca de su casa constituían su mejor exposición y galería sentimental. Y allí en la soleada terraza de su casa, junto a sus plantas, releer a sus clásicos de cabecera, el Diccionari per a ociosos de Joan Fuster en primera línea o las últimas novelas de Houellebecq o Murakami. Ahora también la veo en la cocina mientras prepara alguna cosa en esa Thermomix a la que tanto jugo le sacó. Cuántas veces comentamos lo de crear una empresa de catering que seguro que funcionaba mejor que el mundo audiovisual donde nos movíamos.

Partidaria siempre de la modernidad como la mejor arma para luchar contra el provincianismo y el mal gusto, una línea de actuación que señaló su vida y que proyectó también en la docencia, enfocando a sus alumnos en todas aquellas cosas, libros, películas, canciones, que les abrieran ventanas en la vida. Detrás de una cierta dureza que se podía percibir en algunas de sus opiniones aparecía la figura de una persona sensible, pudorosa, que disimulaba su fragilidad y a la que la vida podía haber tratado con más generosidad y sin duda reconocimiento.

Estos días leo el término «poetessa» en algún que otro medio referido a ti, una palabra que detestabas profundamente, ya te imagino marmolant allá donde estés contra el lingüista del turno. ¡Cómo me van a faltar, Finonna, aquellas risas que nos echábamos cada día cuando nada parecía hacernos daño y la vida era futuro, imperfecto, pero futuro!