La sociedad avanza a pasos agigantados, las nuevas tecnologías nos hacen la vida más fácil pero realmente ¿para quién? Los datos demuestran que la llamada «Sociedad de la Información» no es inclusiva. Y es así por diversas razones, pero en este caso, me centraré en algunos aspectos como es la discriminación que sufre la gente mayor.

Los datos de Eurostat son claros: casi la mitad de las personas de entre 65 y 74 años que utilizan internet cuentan con habilidades digitales bajas. Esto los hace o totalmente dependientes de sus familiares o de personas más jóvenes que tienen que ayudarles cada vez que tienen que relacionarse con el móvil, hacer algún trámite en la administración, en el banco, etc… o en el peor de los casos, verse privados de todas las oportunidades que brinda la transformación digital.

Los mayores de 65 años representan un 19,77 % de la totalidad de la población del territorio nacional, según datos del INE de 2021, un porcentaje que llega a cerca del 20 % en el caso de la Comunitat Valenciana. Más de 9 millones de personas que no podemos dejar atrás, inmersas en una brecha digital que está dificultándoles la existencia. Así, trámites muy comunes en caso de que deban hacerse vía electrónica se convierten en un gran obstáculo. Una situación que este colectivo no se merece para nada porque a lo largo de su vida lo han dado todo por sacar adelante a sus familias con mucho sacrificio y esfuerzo. Pero la sociedad evoluciona, así que hay que defender la inclusión social de las personas mayores en lo que respecta a la tecnología.

Desde las administraciones públicas a todos los niveles, ya sea local, autonómico y estatal, debemos trabajar para poner en marcha todos los recursos y mecanismos necesarios para favorecer la alfabetización digital, defender la implantación de aplicaciones o sistemas sencillos de uso adaptados a las capacidades de los mayores y, sobre todo, acompañarlos en cierta manera en este camino que supone para ellos y ellas todo un mundo por descubrir. Una nueva realidad que les puede proporcionar mucho, como una mayor autoestima, ver reducida la sensación de soledad gracias a las redes sociales, acceder a herramientas digitales que promueven el envejecimiento activo, etc.

Pero además, no podemos ni debemos renunciar a la atención humana y personalizada, siempre más justa y accesible. Así, por ejemplo, la digitalización y las fusiones de las entidades bancarias han obligado al cierre de muchas de ellas y las personas mayores se ven abocadas a hacer desplazamientos largos, ahora menos gravosos gracias a la política de la Generalitat de poner cajeros automáticos en las zonas con riesgo de despoblación. Pero al fin y al cabo se trata de herramientas que no dominan. Por eso, hay que hacer frente a este tipo de situaciones reivindicando una atención presencial para las personas mayores.

Al final, se trata de integrar, de acoger, de escuchar sus necesidades y de hacerles partícipes de los recursos que pueden estar a su alcance. Hagámoslo por ellos, hagámoslo por nosotros, porque no nos olvidemos de algo: si todo va bien, a la velocidad que avanza todo, la vida está esperándonos a la vuelta de la esquina para darnos alguna lección.