Son las 8:30 de la mañana. Voy camino al trabajo pensando en cómo saldrá esa actividad importante que tenemos hoy. Ayer le estuve dando vueltas y no he dormido bien. Llego al colegio, son las 9:00 h., suena la canción de esta semana («Eso que tú me das», de Jarabe de Palo) A la fila, sonrisa en la cara, «buenos días a todos», y a clase.

Les veo la cara de miedo y nervios y, ellos no lo saben, pero yo tengo más. Hemos trabajo mucho, mucho, mucho para que todo salga bien.

«Grupo 1, empezáis vosotros». Salen de sus asientos dos chicas y dos chicos. Tienen 9 años y van a hacer una exposición oral sobre los animales vertebrados. Empieza Niño 1: «Los animales vertebrados son aquellos que no tienen huesos…» ¡PUM! Risotada general en la clase. Se oye un «mira, un Alberto Casero». Niño 1 suda, mira abajo, le tiembla el papel que lleva entre las manos y se le humedecen los ojos. Yo interrumpo la clase, freno las risas. Muy seria, les explico que no pasa nada, que errar es normal y que estamos en la escuela para aprender. «¿A que a nadie le gusta que se rían de él?» Suena un profundo y sonoro «no». Palabras de ánimo y de cariño para Niño 1: «lo estás haciendo muy bien, estamos en clase y puedes confiar en nosotros, nadie se va a reír, tú puedes», pero no nos engañemos, su seguridad ya brilla por su ausencia.

Niño 1 no despega sus ojos del papel, en parte para no volver a equivocarse y, principalmente, para que no le vean las lágrimas que intenta reprimir. Termina de vomitar su intervención y le toca a Niña 2, la cual, al dar un paso al frente tropieza con una mochila de carrito (son una trampa mortal) y cae encima de una mesa. Risotada general, incuso de Niño 1. Cómo no se va a reír, si es lo que tiene que hacer para sentirse aceptado.

Niña 2 tiene sobrepeso y esta caída es lo que le faltaba para terminar de enterrar su autoestima (con tan solo 9 años). Doy gracias a que no hay ningún móvil en clase que haya grabado lo sucedido. De entre las risas, se oye un comentario que ha ido justo a su corazón (y al mío): «la ballena ha varado». Me levanto muy dolida y enfadada. Pero si ni siquiera sabes qué significa varar. ¿Qué hago ahora? Trabajamos todos los días el respeto, la igualdad, el compañerismo, la no discriminación, la amistad, el amor. Tenemos cartelitos por toda la clase, hacemos «días de todo», actividades, asignatura de valores, dinámicas… ¿Qué está fallando?

Me entran ganas de llorar. Llego a casa hecha polvo. Termino de comer y necesito desconectar un rato. Cojo el móvil y entro en Twitter. Veo memes de un tal Alberto Casero que se ha equivocado en no sé qué votación y le están poniendo a caer de un burro. Por el fallo y por su aspecto físico. Mi cabeza hace «clic» y recuerda el comentario a Niño 1. Me meto en una de las noticias para enterarme bien de lo sucedido. No sé si ha sido un error o un veto intencionado, pero imagino que ese señor debe estar al borde de una depresión, siendo ridiculizado por media España, ya no sólo por su error, si no porque está gordo.

Me acuerdo de Chanel y de que ha tenido que borrar sus redes sociales por los ataques que está recibiendo, de Echenique y los constantes ataques recibidos por su minusvalía, de Adele y su sobrepeso, de Verónica Forqué, de Susan Boyle, de Britney Spears, de…

Estas son las futuras generaciones que estamos creando. Esto enseñamos y así educamos. Y si usted, querido lector, se siente mal y aludido tras leer esto, no se preocupe porque errar es normal y estamos en la vida, entre otras cosas, para aprender.