No vamos bien si la imagen que tienen en el exterior de España se va dañando y nadie hace nada por evitar ese deterioro. Las últimas declaraciones públicas del presidente mexicano López Obrador vienen a reforzar las tesis antiespañolas que crecen a gran velocidad en toda la parte sur del del continente americano, impulsado por un movimiento indigenista, con presencia en todos los estados y que va ganando fuerza cada día. Por tanto, la mancha de aceite se extiende y además cala y corre el riesgo de quedar indeleble.

Durante muchos años se ha utilizado, de manera un tanto innecesaria y poco real, el termino madre patria, como si se trasmitiera una condición de superioridad, de una metrópoli frente a países más jóvenes que precisan de un acompañamiento en su crecimiento. Hoy día ya no aparece esa terminología en ningún discurso oficial y tampoco en ningún texto de actualidad. Si tiene algún reflejo procede de la historia o incluso como elemento peyorativo. Posiblemente había otras formas de evidenciar los lazos existentes entre dos zonas tan alejadas geográficamente, pero con numerosos elementos de proximidad.

Un país moderno, democrático y desarrollado debe ser consciente de la importancia que tiene la imagen que provoca, especialmente en aquellas zonas en las que se le supone un cierto ámbito de influencia apoyado por la lengua, la cultura, la religión, cuestiones que pueden facilitar importantes lazos de unión.

Resulta extraño que la diplomacia española esté tan ausente de hechos tan graves como los que se acaban de producir, sobre todo, porque no se refieren a gestos aislados, hay todo un movimiento orquestado en la misma línea, «España nos desvalijó y ahora continúa robándonos». Un mensaje difícil de mantener, especialmente la referencia al presente, pero muy complicado de combatir ya que no pretende actuar sobre la razón sino sobre la emoción. Los populismos se han instalado de tal manera en la vida política que ya no son necesarios partidos de la ultraderecha para lanzar soflamas que vengan a anidar en la parte más emocional de la población, sin que para ello sea necesario contar la verdad, o al menos toda la verdad, cualquier referencia relacionada con un supuesto ataque exterior, inmediatamente, cobra carta de naturaleza en importantes bases sociales que «compran» un discurso que, en numerosas ocasiones solamente es un elemento incendiario utilizado como mecanismo de distracción sobre problemas reales.

Algo está fallando en la diplomacia española, sus servicios de información no están trabajando adecuadamente para impedir que este tipo de movimientos provoquen daños difíciles de evaluar. Posiblemente haya que anticipar acciones y no tener que actuar como bomberos apagando un fuego que se extiende a gran velocidad.