Lo que ha movido a Casado es la debilidad. Toda su conducta viene determinada por ella. Su futuro no será mejor. Los que son cogidos entre dos frentes, no tienen otro destino. Casado lo está. La pinza de Abascal y Díaz Ayuso es demasiado fuerte como para que alguien como él, cuya preparación el país conoce de sobra, pueda escapar. Esa pinza no funciona por ninguna mano oculta, pero está asentada sobre un dispositivo automático a modo de cepo. La energía que lo mueve es difícil de conocer, pero actúa como un muelle. Sobre ese resorte reposa la conciencia de buena parte del electorado.

Ese muelle ha movido a los votantes de C’s a tomar la papeleta de Vox en las elecciones castellanoleonesas. No es la corrupción. Ese resorte ya no funciona. Si lo hiciera, la señora Díaz Ayuso, que hereda en Madrid escándalos múltiples no habría recibido el apoyo masivo de la Comunidad. Aunque el sistema político carece de la transparencia necesaria, ese aspecto ya no es el centro de la batalla. Tampoco se ha castigado a Mañueco por convocar a destiempo. Ese objetivo habría favorecido al PSOE.

Aquí actúa un resorte, no un razonamiento. Como si estuvieran movidos por una orden psíquica inapelable, sonámbulos, los votantes de C’s se han pasado en masa a Vox. Esa condición unánime, que pone de acuerdo cientos de miles de voluntades sin que nadie se lo pida, es un hecho extraordinario. Por supuesto, la estrategia de C’s ha sido nefasta desde el principio, incapaz de comprender el estado de ánimo de la gente que lo votaba y los motivos profundos de por qué lo hacía. Pero que la gente los abandone de forma unánime, eso constituye un fenómeno político digno de análisis.

La foto de Colón generó un espacio de homogeneidad básica en el que las transferencias de voto eran posibles. Fue la formación de una transversalidad interna al campo de la derecha española. Allí se forjó la retórica del Frente Popular, esa permanente invocación de que el gobierno Sánchez había reunido a los socialistas, comunistas, independentistas, terroristas. Por lo general, los ciudadanos sensatos se ríen de estas exageraciones, pero no reparan en que no están diseñadas para describir objetivamente el campo rival, sino para constituir el sujeto de la derecha. Lo que se formó en la foto de Colón fue un frente de batalla. Ese frente estaba compuesto por tres exclusas de diferente nivel. Por supuesto, el agua podía transitar entre ellas y era fácil prever el sentido del torrente. Iría siempre en la dirección que fuera más afín al principio que organizaba el frente. Ese principio ordenador no fue el anti-catalanismo. Fue sencillamente un anhelo de fuerza, un sentimiento de impotencia, de inferioridad, una ausencia de efecto de masa. Ver a dos millones de catalanes en la calle, como pueblo seguro de lo que quería, hizo a muchos preguntarse: ¿Dónde estamos nosotros? Colón fue el efecto de la necesidad de visibilidad, una realización compensatoria de los que no entendían lo que pasaba. Su lógica fue: ni la policía, ni los jueces, ni estos políticos han bastado para impedir la declaración de independencia. Sólo lo impediremos nosotros.

La lógica de la formación de ese frente determina el sentido de las transferencias de votos. Puesto que su principio es acumular fuerza, los votos irán hacia el polo más afín con esa meta, al que más se desprenda de sutilezas, matices, argumentos, distinciones, contemplaciones y distracciones. Y eso representa VOX. Habla a los que ya no quieren hablar más, a los cansados de sutilezas, a los que no quieren hacer un esfuerzo más por comprender. Por eso VOX solo dice una cosa: «Se ha acabado el tiempo de las contemplaciones. Solo España. Porque si nos vienen con autonomías, nos lían con un montón de gaitas y tenemos que esforzarnos por entender. ¡Y ya estamos cansados de todo ese esfuerzo! Ese mundo, por consecuencias intermedias sibilinas, nos lleva de nuevo al País Vasco y a Cataluña. ¡Basta de pensar!»

La debilidad de Casado es que participa de ese espíritu, pero tiene que contemporizar y matizar. Es «la derechita cobarde». Para esa gente, la existencia de Rufián o de Bildu es motivo de enojo, y su sola presencia no puede sino intensificar ese espíritu brutal. Pero Casado y C’s tienen que aceptar la mayor parte de realidad que acoge, posibilita y legitima a Rufián. Así que su público, irritado, se va en masa con quien alienta todas las simplificaciones, bendice y acoge la brutalidad política que implica la deserción de la inteligencia. Se puede llamar Díaz Ayuso o Abascal, pero el programa es el mismo. Llevar toda el agua a la exclusa de la fuerza decisoria.

Casado se ha creído que esto era un cambio de ciclo convencional y ha intentado asegurarlo con las elecciones castellanas. Pero no es así. Estamos ante el intento de un cambio extraordinario, que afecta a la índole misma de la comprensión de la política democrática y a la formación de la subjetividad ciudadana, lo que puede tener consecuencias imprevisibles para la estabilidad constitucional. Hasta las piedras saben que Casado no es el hombre para esta tarea. La foto de Colón es un error histórico de la derecha española, el fruto de su impotencia política, pero puede que haya echado a andar un error todavía más grave de España. Porque nos lleva a esos callejones sin salida que hacen verosímiles las propuestas de un frío fanático enloquecido.