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Análisis

Juan R. Gil

El hundimiento

Si el PP quiere cerrar la herida por la que se desangra no le queda otra que sacrificar a García Egea, encapsular a Ayuso y buscar relevo a Casado

Concentración contra Casado frente a Génova.

Si el PP fuera una empresa cotizada, sus accionistas estarían sumidos en la desesperación al ver cómo sus títulos se desplomaban y su patrimonio, a veces fruto de la especulación pero otros acumulados con los ahorros de toda una vida, se evaporaba; la directora de marketing tiene bloqueadas sus comunicaciones; el director general habría cesado; y en cuanto al consejero delegado, los inversores principales ya estarían sentados con él negociando su salida. Cierto es que el ejemplo está muy manido: uno de los líderes populares con los que he tenido la oportunidad de hablarme reprochaba con razón que recurriera a una imagen tan obvia. Pero no soy yo, sino el PP de toda la vida, el que ha buscado siempre como paradigma de funcionamiento el propio de las grandes empresas. Y un partido, ciertamente, no lo es.

Aplicar el manual. Es lo único que le queda al PP, si consigue serenarse, ante lo que algunos han definido con acierto como un suicidio en directo, que es lo que le ha pasado esta semana con el sangriento estallido de la guerra entre su presidente nacional, Pablo Casado , y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Todo lo ocurrido en torno a ambos no es nuevo en ese partido. Ya vimos en el pasado cómo un outsider (Hernández Mancha) se hacía con la presidencia y luego era descabalgado de ella. También vimos, no a uno, sino a dos presidentes de la comunidad de Madrid (Ignacio González y Cristina Cifuentes) caer por embrollos, filtración de dosieres o pura y llana corrupción confirmada por los tribunales. Incluso vimos cómo una presidenta de Madrid (Esperanza Aguirre) ponía en peligro la estabilidad del partido con tal de moverle la silla a un líder al que consideraban "tibio" (Rajoy). Lo que no habíamos visto hasta aquí es que todos los fenómenos se dieran juntos: que una presidenta de Madrid sobre la que se ha extendido la sospecha de conducta (como mínimo) irregular, dispute el liderazgo a un presidente nacional cuya capacidad para conducir el partido a la victoria es puesta en duda por la mayoría de sus dirigentes y, lo que es peor, por la militancia. Y mucho menos que ambos, astillas de la misma madera, niños con pistolas, dirimieran su combate a la luz de todos los focos y sin freno alguno, desbocados. Eso es lo que da una dimensión distinta, catastrófica, a lo que hasta aquí había sido una malformación genética incorporada al ADN del PP, que se había adaptado a convivir con esa lucha constante entre quien sienta sus reales en la Puerta del Sol y quien tiene su despacho en la calle Génova, siempre que este último no tenga también casa en Moncloa. Que de todo esto la única que saca ganancia es la ultraderecha iliberal de Vox es otra obviedad. Pero es lo que eleva la astracanada a drama nacional cuya resolución nos incumbe a todos.

El arte de la guerra

¿Y qué reza ese manual de crisis, ese tratado del arte de la guerra, al que me refería antes? Que si el PP quiere taponar la herida por la que se está desangrando a chorros, ninguno de los contendientes puede ganar o el que perderá será el partido. ¿Qué quiere decir? Que los populares tendrán que sacrificar al secretario general del partido, Teodoro García Egea , reducir a Ayuso y relevar a Casado. No se ven muchas más salidas.

Hay una confusión que está empapando a militantes y dirigentes del PP, e incluso a los medios de comunicación. La de valorar lo que ocurre en términos de buenos y malos. Por lo que toca a los afiliados, es normal. Pero los dirigentes pueden tener miras más amplias. Y los periodistas, mayor conciencia de cuál es nuestro trabajo. Una empresa cuyo propietario es íntimo amigo de Ayuso logró en circunstancias excepcionales un contrato "a dedo" del gobierno que preside Ayuso por el que un hermano de Ayuso cobró un dinero, da igual en concepto de qué o su cuantía. Y la dirección nacional del PP que encabeza Casado no denunció el caso cuando lo conoció, sino que trató en primera instancia de utilizarlo en su pelea interna. Aquí no hay buenos ni malos, sino hechos que deben ser investigados y decisiones políticas que han derivado en el mayor descarnamiento en público que un partido haya sufrido en la historia democrática.

Tanta sangre como ha corrido es imposible que no deje ningún muerto en el camino. La cabeza del secretario general, Teodoro García Egea, parece difícil de salvar, puesto que la mala gestión de este vodevil es evidente. García Egea, además, ha manejado el partido con mano de hierro. Se dirá que es lo que le toca a quien tiene por cometido el control de la organización. Pero si damos por bueno eso, también habrá que asumir los riesgos que conlleva. Quien ejerce como señor de horca y cuchillo tiene que tener interiorizado que tarde o temprano sucumbirá de la misma manera.

El problema para Casado es que, dejando caer a su edecán, sus días estarán contados. Perderá no sólo el instrumento a través del cual ejerce su poder, sino también todo atisbo de autoridad. Ocurre, sin embargo, que lo que ya no tiene Casado es el respeto de sus propios compañeros. Dudaron de él casi desde el principio, el gatillazo de las elecciones de Castilla y León le puso en el disparadero y el estallido de la guerra con Ayuso ha acabado de rematarlo. Llegados a este punto, la cuestión no es ya si tiene razón o no al denunciar en los términos de extrema dureza con que lo ha hecho el proceder de Ayuso. La cosa es que la nomenklatura del PP ya consideraba hace tiempo que no era el líder capaz de llevar al partido a la victoria electoral frente a Sánchez, y lo que ha sucedido ahora ha terminado de convencer a la mayoría de que hay que cambiar de caballo aunque estén en mitad de carrera.

Decoro y prevención

Pero tampoco Ayuso puede aparecer al final de esto como vencedora. Porque sobre la presidenta de Madrid recaen demasiadas sospechas. Porque maneja como nadie la escenografía, y eso le hace ser merecedora del fervor de la militancia, pero quienes dirigen el PP saben de su capacidad limitada. Y porque no pueden dar por bueno el precedente de que una baronesa (o un barón otro día) monte un motín y logre derribar a la cúpula de un partido que, si lo permitiera, se tornaría ingobernable.

En términos políticos, el PP no puede acosar a Ayuso, ni mucho menos prescindir de ella, que obtuvo la presidencia de la comunidad de Madrid con un resultado más propio de los mejores tiempos del bipartidismo que de los actuales. Pero no le queda otra que encapsularla: acotarla en su territorio, sin dar satisfacción a sus ambiciones ni las de sus asesores. Para mantener un mínimo de orden y concierto. Por decoro. Pero también por prevención.

Destacados dirigentes del partido están en esa operación. Teniendo claro que sólo uno de entre ellos, el gallego Feijóo, es capaz de ponerla en práctica. Dimisión de García Egea, retirada de Ayuso a sus cuarteles y relevo de Casado en un congreso de unidad del que Feijóo saliera elegido presidente, aunque el nombre de quien encabezará la candidatura del PP en las próximas elecciones generales no se decida por ahora. El presidente de Galicia empuja con sus declaraciones en ese sentido, aunque como es habitual en él, deja por el momento todas las posibilidades abiertas.

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