Todavía recuerdo a mis abuelos tratando de manejar con soltura el mando a distancia de la tele, a mi madre intentando descifrar las instrucciones de una nueva lavadora o a mi generación adaptándose con esfuerzo a los ordenadores portátiles tras muchos años de trabajo con una máquina de escribir y unos folios encajados en un rodillo. Está claro que los cambios tecnológicos acelerados dejan siempre fuera de juego a la gente de más edad. Así pues, que no les quepa duda a los orgullosos millenials de hoy que, cuando estén jubilados, tampoco sabrán descifrar el funcionamiento de los robots del futuro. Pero esta ley universal de dificultades de los mayores de cara a los inventos no debe aprovecharse para excluirlos, humillarlos o ignorarlos como han hecho los bancos en los últimos tiempos. Aprovechando que el Pisuerga pasa por la pandemia y por esa impostada modernidad que pregonan, las entidades bancarias se han lanzado a una frenética carrera de recortes de plantilla, cierres de sucursales y desatención hacia clientes que no consideran suficientemente rentables en la era de Internet. Por ejemplo, los jubilados. Así se comprende el exitazo de la campaña Mayores, no idiotas, promovida por el médico valenciano Carlos Sanjuán, que lidera el movimiento por una mejor atención bancaria a los mayores y ha reunido cientos de miles de firmas. Esta movilización ha sorprendido a los banqueros y al propio Gobierno que se han apresurado a anunciar medidas para satisfacer las demandas de un amplio sector de la población que, por cierto, paga sus impuestos y vota en las elecciones.

Las reivindicaciones no pueden ser más sencillas y se refieren, entre otras cosas, a la apertura de las sucursales al público durante seis horas, a la atención presencial por parte de los empleados y a la simplificación de los trámites. Produce sonrojo, por no decir vergüenza, ver esas colas de pensionistas en las calles a la puerta de las oficinas bancarias, haga frío o calor, llueva o salga el sol. Pensaban tal vez los poderosos banqueros que la gente mayor iba a aceptar con sumisión esa vulneración de sus derechos como clientes y que podían engatusarlos con esos diseños vanguardistas de mucha mesita para el café y pocos empleados tras los mostradores. Pero ahora la exhibición de cuentas de resultados de los cinco grandes bancos, que alcanzaron en total casi 20.000 millones de euros de beneficios el pasado año, y las bajas de cerca de 100.000 trabajadores de banca en la última década y media han disparado la indignación social. Por ello los mayores se han puesto en pie de guerra y emplazan a la vicepresidenta Nadia Calviño a que obligue a los bancos a adoptar soluciones que vayan más allá de esa broma de mal gusto, anunciada por el presidente de la AEB, José María Roldán, de cursos de informática para evitar la exclusión financiera de los jubilados. Los cientos de miles de firmantes del manifiesto Mayores, no idiotas ya están hartos de paternalismos del estilo de llamarlos seniors o de ofrecerles sorteos de viajes de turismo. Son clientes con todas las letras y exigen que los bancos los atiendan como se merecen y no los ignoren por no dominar la informática o por vivir en un pueblo.