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Amparo Zacarés

Reflexiones

Amparo Zacarés

Luz de gas

En la primera mitad del siglo pasado la obra de teatro Gas Light, escrita por Patrick Hamilton, alcanzó tanta popularidad que pronto fue recreada en cine. De tal modo que durante mucho tiempo este término se identificó con el título de la película que en 1944 dirigió George Cukor y que protagonizaron Charles Boyer, Angela Lansbury y Joseph Cotten. La trama reúne a unos recién casados que se mudan a una casa antigua que ha heredado la esposa. En este marco un tanto lúgubre, el marido intenta hacer creer a su mujer que se está volviendo loca con estratagemas diversas como esconder las cosas, simular ruidos o bajar la intensidad de la luz. Por suerte, un inspector de policía que le sigue la pista por sospechar que ha asesinado a su anterior mujer, logra detenerle y salvar así la vida de su nueva esposa. Si cuento todo esto es porque la semana pasada el periódico informaba que un acosador machista de 21 años había sido detenido por agentes de la Policía Local de València del grupo GAMA (Grupo de Atención al Maltrato) especializado en violencia de género. El motivo de la detención fue el acoso que vertía sobre su ex pareja en el trabajo y en su centro de estudios, persiguiéndola por la calle y utilizando el móvil y las redes sociales. La joven, también de 21 años, narró el maltrato que sufrió al poco de comenzar a salir juntos. Contó que el acosador le hacía creer que tenía mermadas sus capacidades mentales y que acabaría loca. En otras palabras, la noticia se hizo eco del gasligthing que había sufrido y que había hecho que varias veces tuviera que acudir a urgencias presa de un ataque de ansiedad y de pánico.

Este ejemplo, sacado ya de la realidad y no del cine, puede enseñarnos que «hacer luz de gas» para desestabilizar la percepción de la acosada, impulsándole a dudar de su propia memoria, es una práctica habitual de la violencia de pareja que sufren las mujeres. Para ello, el acosador no crea una realidad ficticia nueva, sino que distorsiona los hechos acaecidos en el pasado con el fin de instaurar la mentira de manera creíble en su discurso. En ocasiones puede manipular los objetos y cambiarlos de lugar, pero el gasligthing se detecta sobre todo en la forma de expresarse del acosador. En primer lugar, realiza una serie de insinuaciones sobre lo sucedido para hacerle creer a la víctima que no lo recuerda bien o incluso que lo ha olvidado. Si ella le rebate, el acosador refuerza su discurso con la táctica de ir a preguntar a quienes pueden corroborar su testimonio y así deja la duda instaurada en su pareja que, con la sensación de estar perdiendo la cordura, acaba por pensar que quizás las cosas hayan ocurrido tal como él dice. En segundo lugar, el maltratador reestructura un poco más el pasado vertiendo la culpa de lo ocurrido en la propia acosada. Finalmente, se autodetermina como tutor de un sujeto femenino que es inestable y que necesita control y custodia. Toda esta violencia psicológica y verbal se agudiza cuando la mujer expresa el deseo de separarse. De este modo, tras la ruptura, el acoso se hace más transversal y más continuo. De ahí que sea tan importante saber acabar bien por ambas partes cuando una relación ya no dé más de sí.

De hecho, el maltrato a la mujer por su pareja es la forma más común de violencia contra las mujeres y suele acompañarse de abuso emocional y de conductas de control. Por este motivo, sería realmente una revolución si aprendiéramos a querernos y a tratarnos bien desde la escuela. En esa línea se ha pronunciado a menudo Charo Altable Vicario, experta en coeducación y educación sentimental para adolescentes, conocida por sus obras Penélope o las trampas del amor (1998) y Los senderos de Ariadna (2010). Y hace poco, en un programa televisivo, lo recordaba también la escritora feminista Coral Herrera Gómez que dirige, desde su fundación en 2015, el Laboratorio del Amor donde enseña a las mujeres a no sufrir por amor y a los hombres a no hacer sufrir por amor. La clave estaría en aprender a no hacernos mal ni al principio ni al final de una relación. Baste recordar que el maltrato entre adolescentes ha ido en aumento y que solo hace unas semanas un joven de 19 años asesinaba en Totana (Murcia) a una menor de 17 años al no aceptar que ella quisiera acabar la relación. En mi opinión, dedicar tiempo y espacio escolar a la educación afectivo sentimental es cada vez más urgente. En asuntos de crecimiento personal y de bienestar social, hay que aminorar el ritmo frenético no preocuparse necesariamente por ser productivos, y aprender a tolerar la frustración, a respetar decisiones, a escuchar y a cuidarse mutuamente. Pero, sobre todo, estas habilidades no tendrían que ser infravaloradas por considerar que quitan tiempo para completar el currículo de aula porque, aún así, muchas veces perder tiempo es ganarlo.

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