Por razones profesionales, en ocasiones he contado a mis alumnos mi experiencia de cómo viví el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.  Siempre he creído muy importante que nuestros estudiantes conozcan la historia reciente española. Es curioso que muchísimos de ellos no sepan lo que fue ETA o lo que significó para España la Transición. Nunca había escrito nada sobre ello y después de 41 años de aquel suceso histórico  creo que le debo unas líneas.  Un testimonio sencillo, como muchos otros, de un asalto que marcó la historia de España.

A media tarde del 23 de febrero de 1981, con diecinueve años, me encontraba pasando a limpio unos apuntes universitarios. Tenía por costumbre trabajar con el transistor puesto, escuchando música o noticias. La radio siempre la he considerado una compañera, me ayudaba a dormir por las noches y me despertaba con las primeras luces del alba. Aquella tarde estaba preocupado ante la investidura de Calvo Sotelo; no me hacía ninguna gracia el cambio de presidente. La dimisión de Suárez reconozco que la viví con angustia. Fue un gran hombre de Estado que contribuyó a la transformación de España. Lo dejaron solo, dimitió y después todos lo encumbraron; ironías de la vida. Su gesto de valentía no agachándose ante los golpistas quedará en los anales de la historia como la metáfora de la defensa de los valores democráticos frente a la barbarie. 

A las 18.23 de aquella tarde fatídica el susto se me metió en el cuerpo cuando escuché a un individuo gritando y a continuación disparos en el Congreso. Salí de mi habitación  corriendo y fui directo al comedor de casa donde mi padre seguía el debate por TVE. Al ver la cara de una persona que vivió una guerra fratricida entre españoles mi preocupación aumentó considerablemente. Las horas que siguieron a este hecho fueron angustiosas. Mi hermano mayor, con una llamada telefónica casi en clave, nos confirmó lo peor: los tanques pasaban por Primado Reig dirigiéndose al centro de la ciudad. Al escribir esto y recordarlo me sigue pareciendo surrealista. Poco después, transitaban los tanques a la altura de las Torres de Serranos; las vibraciones que produjeron a su paso y el extraño ruido no los olvidaré nunca.  En medio del puente de San José se estableció un puesto con ametralladoras. Un tanque enfrente de la Casa de los Caramelos con su cañón apuntaba al Miguelete. No podía ser lo que estaba viviendo.  A las 19.30 el locutor de Radio Valencia José Luis Palmer fue obligado por los militares a leer en antena un bando militar anunciando un toque de queda. Todo era una locura, la involución estaba en marcha. Uno de mis hermanos tuvo que salir de casa corriendo porque estaba realizando el servicio militar en el Hospital Militar. Mis padres se despidieron de él con dramatismo. Todavía hoy recuerda con angustia aquella noche pues le quedaban cuatro días para licenciarse. El capitán médico de guardia le ordenó patrullar por el hospital con un pelotón de soldados con el cetme cargado.  

El rey, a la una de la noche, instaba a mantener el orden constitucional. En casa, respiramos. Muchos consideraron aquel golpe fallido  como la vacuna que necesitaba España para vencer el virus golpista y la involución democrática. Los medios de comunicación jugaron un papel determinante para frenar a los golpistas. Siempre se recordará que Pérez Barriopedro, un fotógrafo de la Agencia EFE, sacó un carrete de fotografías oculto en su calcetín. Luis Díaz, periodista de la Cadena Ser, dejó el micrófono abierto para que los oyentes escucharan.  Iñaki Gabilondo dio la cara en TVE y José María García se volcó en la información durante las horas angustiosas. Como ellos, muchísimos otros profesionales del periodismo respaldaron la libertad. No debemos bajar la guardia. La democracia tenemos que seguir defendiéndola día a día. Actualmente descendientes de aquellos golpistas han asumido protagonismo fomentando la confrontación y el odio. Debemos estar alerta para que la paz y la democracia que construyeron nuestros padres no se pierdan en la noche de los tiempos.