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Nómadas y viajantes

Ramón Lobo

¡Pobres polacos! ¡Pobres ucranianos!

La invasión de Ucrania recuerda a la que llevó a cabo hace más de 80 años la Alemania nazi sobre Polonia

¡Pobres polacos! ¡Pobres ucranianos! Ramón Lobo

Ya sabemos lo que tiene Vladímir Putin en la cabeza: odio y rencor. Lo ocurrido en Ucrania en la madrugada del jueves recuerda la invasión nazi de Polonia, el 1 de septiembre de 1939. Nadie podía imaginar lo que vendría después: la ocupación de Europa, el Holocausto, Pearl Harbour y millones de muertos. Algunos exclamarían en aquel día aciago, «¡pobres polacos!». «¡Pobres ucranianos!», podríamos afirmar ahora cuando aún no sabemos cómo evolucionará el conflicto. Cualquier error de cálculo podría poner en marcha la Tercera Guerra Mundial. A diferencia de 1939 varios de los actores tienen armas nucleares.

¡Pobres polacos! ¡Pobres ucranianos!

En su discurso para justificar la invasión de un país soberano, Putin se remontó al siglo IX para reivindicar el Rus de Kiev como cuna de la patria rusa, y negar la identidad de Ucrania, un país inventado por Lenin, dijo. También habló de desnazificar a su vecino del sur. Busca conectar con la Guerra Patriótica contra Hitler, un icono en la memoria colectiva de su país.

El líder ruso añora dos pasados imperiales, el zarista y el de la URSS, mezclados en un sincretismo paranoide. Le gustaría recuperar los territorios perdidos y colocar aliados al frente, como en Bielorrusia y Kazajistán. ¿Incluye los tres países Bálticos que pertenecieron a la URSS?

El pacto con Gorbachov

Sostiene Putin que EEUU prometió a Gorbachov en 1989 no expandir la OTAN hacia el Este. Fue una compromiso verbal que Moscú entendió como un pacto.

La primera guerra chechena, en 1995, encendió las alarmas, sobre todo de Lituania, Letonia y Estonia. Entraron en la OTAN en 2004 junto a Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia y Rumanía. Era la única garantía de que sus independencias serían respetadas. Un ataque contra ellos obligaría a entrar en guerra a los 30 países que componen la OTAN. A España, también. Putin no cruzará esa línea si quiere evitar una catástrofe, pero enredará con sus ciberataques. Tras invadir Ucrania, recordó a la OTAN que Rusia tiene armas nucleares y que de ser atacada, la respuesta sería terrible para todos. EE UU también conoce las líneas rojas: no enviará tropas a Ucrania, pero armará cualquier resistencia.

Esta es la paradoja: el interés de Kiev por entrar en la OTAN ha provocado la furia del Kremlin, y no ser miembro de la Alianza impide actuar más allá de unas sanciones económicas que no cambiarán nada. La siguiente pieza podría ser Moldavia.

Los países que alcanzaron la libertad tras la caída del muro de Berlín también tienen memoria y leen historia. Tienen derecho a tomar decisiones soberanas para protegerse. No se les debería ignorar en el relato de la necesidad de respetar la seguridad de Rusia.

El recuerdo de 1991

Aunque nadie duda de que Putin es el agresor convendría rebobinar a 1991, año de la implosión de la URSS. Hubo graves errores de cálculo de EE UU, que trató de aprovechar la debilidad para someter a su rival de la Guerra Fría. De las humillaciones acumuladas en la presidencia etílica de Boris Yeltsin, las privatizaciones exprés, el enriquecimiento de los oligarcas y la súbita pobreza de la gente que creyó vivir en una superpotencia, nace el resentimiento de Putin.

En 2014, Rusia perdió el control de Ucrania, que pasó a manos de políticos europeístas que ansiaban entrar en la UE y en la OTAN. La respuesta del Kremlin fue la anexión de Crimea y la guerra en el Donbás, en el Este. En estos años ha castigado a Ucrania con cortes de suministro y bloqueos varios. La consecuencia ha sido una ruptura emocional masiva con Rusia.

Podemos airear el argumento de Trump y de la extrema derecha de Estados Unidos, que culpan a Biden de la invasión, una medida que el expresidente apoya. El problema en el horizonte es mayor porque EE UU se dirige a una presidencia autoritaria, con el regreso de Trump a la Casa Blanca en enero de 2025, o el ascenso de alguien peor.

No es lo mismo bombardear instalaciones militares, aeropuertos y nudos de comunicación, que entrar por tierra en ciudades como Kiev. No es lo mismo invadir que mantener una ocupación durante meses. Que se lo pregunten a los estadounidenses en Irak. La ruptura emocional de la mayoría de los ucranianos augura una resistencia armada.

El mundo previsible de la posguerra fría ha saltado por los aires. Nacerá otro orden de este desorden en el que China emerge como superpotencia victoriosa. No necesita hacer nada, ni siquiera invadir Taiwan. El tiempo está de su parte.

Frío como una serpiente

EE UU es un imperio en declive, lo demostró en la caótica retirada de Kabul en agosto y en su errática política en Siria. Obama amenazó con bombardear al régimen de Basar el Asad, aliado de Rusia, si utilizaba armas químicas. Lo hizo y el premio Nobel de la Paz se arrugó. No sabía quién era peor: Asad o el Estado Islámico.

Putin, que es frío como una serpiente, según Madeleine Albrigth, memoriza las debilidades del rival y ataca. Esta vez puede que haya ido demasiado lejos y sea el principio de su final. Hay protestas en varias ciudades rusas, pero no esperen milagros: aquello es una dictadura. Estamos al inicio de una película de terror que aún puede dar muchas vueltas.

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