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Alejandro Mañes

A PIE DE PÁGINA

Alejandro Mañes

Encuentro en febrero

En febrero, mes en el que nació y murió, encuentro a Thomas Bernhard, consciente de que su lectura nos alienta a cuestionar sobre la realidad que nos rodea. Releo para ello, una de sus novelas, «Maestros antiguos», premio Médicis al mejor libro extranjero. Bernhard, de quien Luis Goytisolo afirma que, como maestro, tiene entidad más que suficiente para no precisar otra referencia que la de seguir alguna de sus lecciones, nos ofrece algunas pistas. Brillante escritor austriaco, sin serlo, pues había nacido en Holanda, renunció a volver a Austria denunciando la falsedad del mundo que lo rodeaba.

Con esta percepción de la vida, no era difícil concluir que Bernhard, presumiblemente, acabaría cuestionando también el prestigio de determinados maestros al afirmar que las personas que verdaderamente significan algo en la vida de cada cual, pueden contarse con los dedos de una mano. Con uno o dos, concretaba todavía más. Aun cuando, al tiempo, advertía de que por muchos que sean los maestros, por buenos que estos sean, al final nos dejan solos ante nuestras propias decisiones.

Bernhard, hombre de ciudad, afirmaba que él obtenía la mayor satisfacción observando el pasear tranquilo de sus conciudadanos, principalmente desde el Café Sacher vienés. Buscando la verdad de la ciudad que, según él, dejó de ser la que era, la única ciudad verdadera que quedaba en Austria, si bien hoy convertida en un concepto cultural. Son las nuevas etiquetas, «brandings», con las que se «venden» las ciudades, como apunta el diseñador Xavi Calvo, convirtiendo la cultura en un producto. Y Viena no iba a dejar de ser una de ellas.

Entonces Bernhard se pregunta para qué ir a Viena, si el Prater ya no es el Prater y Viena es, cada vez más, un parque temático. Quizás, apunta, por buscar en los cafés el encuentro necesario con los amigos, la cortesía adecuada con los camareros, ni excesiva ni escasa. Cosa que él celebra en el Bräunerhof, lejos de los pretenciosamente intelectuales. Y, es en el Bräunerhof, donde, ¡por fin!, aparece Bernhard en una fotografía en blanco y negro, situada a la entrada del local. Allí, en la ciudad donde el propio Bernhard negó que, tras su muerte, fueran representadas y editadas sus obras, encuentro, de esta manera, un testimonio, al menos gráfico, de su presencia.

Animado por ello, me dispongo, a desplazarme a Grinzing, donde reposan sus restos, y, allí, última parada del tranvía, celebro el acontecimiento. Degusto, en su memoria, unas botellas de Heurigen, bien apreciado vino de sus bodegas, mientras recuerdo, sus enseñanzas sobre los maestros antiguos, aquellas que nos advierten de la soledad ante las decisiones personales. Y entonces me cuestiono sobre el porqué de viajar, por qué a Viena. Acaso, pienso, por la posibilidad de seguir los pasos de Bernhard, ver deambular a sus conciudadanos, cuestionarme sobre lo que nos rodea, aprender de sus lecciones, y regresar.

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