El Ayuntamiento de València, presidido por Joan Ribó, ha tenido la ocurrencia de cambiar algunos nombres de las calles de València. Algunas de las nuevas denominaciones no osaré discutirlas aunque sobre algunas podría hace alguna precisión. Los miembros de la comisión por la que han pasado las decisiones de las nuevas denominaciones han cometido la estupidez y la afrenta para la historia de la Comunitat Valenciana de suprimir el nombre de unos de los más ilustres paisanos: Francisco Tárrega i Exea. Tárrega nació en Vila-real, su vida estuvo dedicada a la música y como compositor ha alcanzado la fama que no ha conseguido ningún otro ilustre músico de nuestra tierra.

No discutiré la categoría internacional de don Joaquín Rodrigo, quien, por cierto, su obra más interpretada por las orquestas, «El Concierto de Aranjuez» tiene como intérprete solista a un guitarrista. Tárrega es autor de una serie de obras que figuran en todas las escuelas de enseñanza del mundo. No hay concertista que no incluya en sus actuaciones algunas de las piezas tan famosas en el mundo como «Recuerdos de la Alhambra» o «Capricho árabe». Hay en nuestra tierra un concurso internacional dedicado a Tárrega, en Benicàssim y no hay casa de música del mundo que no cuente con las partituras del maestro villarrealense. Yo mismo hice la prueba de entrar en tiendas musicales de Bulgaria, Hungría, Checolovaquia, Yugoslavia, y la R.D. Alemana, por poner ejemplos, y no necesitaba hablar el idioma local ni acudir a otro más universal. Bastaba decir Tárrega para que inmediatamente me sacaran las partituras de nuestro paisano. De ahí que posea, repetidas naturalmente, las obras editadas en los citados países.

Hace quince días, en el Auditorio Nacional de Madrid hubo un concierto de la Orquesta Nacional en el que se interpretó a Albéniz, Rodrigo y Manuel de Falla. El concertista andaluz, Rafael Aguirre, puso la guitarra en el «Concierto de Aranjuez». Fue muy aplaudido y en agradecimiento proporcionó el regalo de la «Gran Jota de Concierto» de Tárrega. La ovación fue tan impresionante que se vio obligado a dar otro regalo y lo hizo con «Recuerdos de la Alhambra». Los aplausos fueron de los más entusiásticos que he oído en ese recinto del que soy abonado desde hace años. Naturalmente, me sentí orgulloso de ser paisano de nuestro gran compositor y no pudo reprimirme decírselo a mis convecinos de butacas. Y no fui yo quien lanzó un ¡Viva Tárrega!

Yo oí un concierto el día de Navidad de 1965, en Sidney, dedicado a la guitarra que fue casi exclusivo con piezas del autor español. En Alcoi hubo un gran maestro, José Luis González y durante años, hasta su muerte tuvo alumnos asiáticos especialmente japoneses. Uno de los ganadores del certamen de Benicàssim, Yosimi Otani, la tarde que en Madrid fue presentado el concurso, interpretó «Endecha y Oremus» e inevitablemente, los periodistas asistentes, musicólogos, le pidieron más obras de Tárrega.

Probablemente, podría extenderme mucho más para exaltar la figura de un maestro al que quienes hemos tenido la oportunidad de tocar la guitarra clásica, hemos comenzado por sus obras. Para terminar esta declaración de principios y repulsa hacia el Ayuntamiento de València, cuando termine la última frase tomaré la guitarra e interpretaré la obra que por lo sucedido es la más adecuada: «Lágrima».

Posdata. Mis respetos por doña Gloria Caballero Ganosa, que ha sustituido a Tárrega en el callejero, pero si conviene recordar a una mujer activista fallera, tal vez merecería la pena que el Ayuntamiento también pusiera en el callejero a don Enrique Puigmoltó i Mayàns, que fue gran activista en la corte de Isabel II.