Mascarilla etimológicamente es un diminutivo de máscara, vocablo que procede del italiano maschera, y este a su vez tiene su origen en la palabra árabe masharah, que significa objeto de risa. El uso de la mascarilla en los dos últimos años no ha sido ninguna broma; llevarla puesta como medida de contención ha salvado muchas vidas protegiendo a los que nos rodean y a nosotros mismos. Nuestra sociedad hace mucho tiempo que debió de ponerse una mascarilla para salvaguardarse; nos hubiéramos ahorrado bastantes quebraderos de cabeza. Probablemente si hubiéramos estado más alerta quizá habríamos evitado la mascarada, el festín de los corruptos que amparándose en instituciones, cargos o partidos llegaron a la política para ganar dinero a costa de lo que fuera y la desacreditaron. Permitimos, de forma ingenua, que personas tóxicas accedieran a cuotas de poder. Es una buena noticia para España que todas las corruptelas salgan a la luz ya que de esta forma, poco a poco, limpiaremos de suciedad nuestra sociedad. En otros países no aflora la corrupción porque está amparada por un poder omnímodo. Todavía un 20% de la población mundial vive bajo regímenes dictatoriales. Nosotros tenemos la suerte de vivir en un país con muchísimos valores y fortalezas que no se corresponde con la imagen que algunos políticos nos ofrecen.

Resulta muy triste que personas en las que creímos, que protagonizaron momentos brillantes de la historia, ahora caigan en un descrédito generalizado. Llevaban la cara cubierta con un antifaz con el objetivo de lucrarse. La coherencia entre las palabras y los hechos hace veintiún siglos ya era reclamada por Jesucristo cuando dijo: Cuidado con lo profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis (Mateo 7, 15-20). La sabiduría popular también nos alerta de lo mismo con refranes como: Obras son amores y no buenas razones o el amor y la fe, en las obras se ven.

La mascarilla social debió prevenirnos contra los amenazantes populismos. Nos hubo de preservar de la mojiganga, fiesta popular de disfraces, en la que salvapatrias que han usurpado la bandera de España y rompepatrias que han clamado contra la Constitución de 1978 han adquirido un poder político no merecido, amparados en el fin del bipartidismo y en leyes electorales que se podrían haber mejorado. La mascarilla nos debería prevenir de políticos que se dedican a desacreditar a España en los foros internacionales o que se plantean por encima de todo sus intereses partidistas aunque ello signifique que el conjunto de los españoles salgamos perjudicados. Estamos muy avisados de lo que las ideas extremistas pueden ocasionar, simplemente repasando nuestra historia. Sería bueno que nos rebeláramos y articuláramos sistemas para poner coto a aquellos que fomentan las falsas noticias y alientan asaltos y actos violentos. No podemos permitir ni un día más que los discursos envenenados de odio rijan nuestras vidas.

La mascarilla social debió ponernos en guardia para que la democracia en el mundo no fuera erosionada por individuos como Trump, Orbám, Le Pen, Salvini o Putin. Debimos y debemos estar más alerta y cuidarnos mucho de los cantos antieuropeístas. Europa como potencia económica debería de dotarse de mayor fuerza política y defensiva. Los valores occidentales democráticos que tanto nos costaron conseguir no podemos tirarlos por la borda. La sociedad valenciana, española y europea debe movilizarse para que la solidaridad, fraternidad e igualdad sigan rigiendo nuestras vidas y las de las generaciones venideras.