El mes de marzo, mucho antes que los desbarajustes climáticos se instalaran entre nosotros, en mi carnet de infancia llegaba siempre acompañado del viento. Noticias de alguna falla que había sido derribada por una fuerte sacudida de viento aparecían destacadas en el calendario festivo en medio del ruido y olor a pólvora. La crónica periodística señalaba la tristeza de la comisión y del artista fallero que veía desmoronarse el trabajo de todo un año. Este año los vientos de marzo nos han traído los tam-tam de la guerra, una noticia que para nosotros habitantes de la vieja Europa creíamos inocentemente que nunca más se iba a repetir en nuestro culto, ilustrado y civilizado continente. Es cierto que tuvimos la guerra de Bosnia después de la desaparición de Yugoslavia, pero nuestra sabia y esquiva memoria, quizás como medida de protección, la había borrado del diario de abordo. Ahora aprendemos a marchas forzadas lecciones de geopolítica. A unas horas de vuelo de nuestra casa, las bombas estallan sobre aeropuertos, torres de televisión, edificios oficiales, colegios, mientras la población intenta resistir. Vuelven las manifestaciones del «No a la guerra» y ese cartel revestido de cursilería que dice «Todos somos Ucrania». Quizás los vientos de marzo se lleven esta guerra, pero ahí quedaran las heridas y los horrores de muerte y destrucción que de la noche a la mañana se instaló en un país donde unas pocas horas antes la gente paseaba feliz por sus calles, iba de compras a una tienda de Zara o Apple o salía a dar una vuelta con su perro.

En un terreno más próximo y pantanoso, los vientos de marzo nos traen, aparte del anuncio del posible regreso del rey emérito después de su temporada de vacaciones pagadas en el Golfo Pérsico, nueva jefatura en el Partido Popular, que si la cosa no descarrila- y parece que no- será el actual presidente de la Xunta de Galicia, el señor Feijóo. Me imagino que Pablo Casado todavía debe estar preguntándose qué ha hecho él para merecer este crimen y castigo que lo ha puesto de patitas en la calle de la noche a la mañana. Algunos señalan las malas compañías en su operación hundimiento. Ya se sabe que Dios los cría y ellos se juntan. Ver sus compañeros y compañeras de bancada en el parlamento aplaudiendo con un entusiasmo épico su discurso de despedida transmitía la cara más mezquina y feroz de la política. Unas horas antes, esta misma claque había pedido su cabeza como trofeo. El pobre Casado aparecía como un San Juan Bautista a punto de ser decapitado mientras Isabel-Salomé-Ayuso le bailaba la danza del sable a Feijóo- o si lo prefieren el Bimbo o la Lambada que la señora presidenta tiene mucho mundo- a cambio de la cabeza de San Juan-Pablo Bautista-Casado. La tragedia o tragicomedia quedaba servida. Se supone que el señor Feijóo traerá nuevos aires a la política popular lejos de los exabruptos de Casado como cuando dijo aquello que a los niños catalanes en los colegios se les impedía ir a hacer pipí si no hablaban la lengua de Joan Maragall. Quiero creer que el señor Feijóo contará con asesores más cualificados. Mientras tanto la dama del oso y el madroño nos seguirá dando titulares y la nota, que por lo que se ve, tan buenos resultados le reportan. Y la vida sigue igual.

Estos días los principales museos parisinos rinde homenaje al diseñador Yves Saint Laurent cuando se cumplen 60 años de su primera colección bajo su propia marca. Museos como el de Orsay, Museo Picasso o el Louvre, entre otros, acogen sus creaciones en un vis-a-vis con las obras de arte. Una relación, moda y arte que recorrió todo el trabajo creativo del diseñador. Saint Laurent hizo sus debuts por la puerta grande entrando en la casa Dior como el elegido para suceder al modisto Christian Dior fallecido prematuramente. Despedido por la Maison Dior, Yves Saint Laurent y su gurú y compañero sentimental Pierre Bergé contraatacaban creando su propia marca de moda. El resto ya es historia. El tándem Saint Laurent-Bergé intuyó con inteligencia y marketing los cambios sociales que se estaban produciendo en la década de los años sesenta: Explosión juvenil, emancipación de la mujer, revolución sexual, mientras la propia industria de la moda intentaba adaptarse con el triunfo del prêt-a-porter y la inevitable decadencia de la llamada Alta Costura. La silueta de la mujer Saint Laurent refleja los cambios ya sea vestida con un esmoquin masculino o con una minifalda de dibujos pop. El propio Saint Laurent fue protagonista mediático de estos cambios cuando apareció desnudo para la publicidad de su primer perfume masculino. Lejos muy lejos quedaba aquella imagen del modista o diseñador con su bata blanca, como un monje ermitaño encerrado en su taller probando sus maniquís.

A propósito de los vientos de marzo me viene ahora a la memoria un fragmento de la letra de una de mis canciones favoritas The Foolish Things, una composición sobre un tema clásico y repetido en el cancionero sentimental, el de la ausencia y el recuerdo amoroso. La canción ha merecido la atención de intérpretes tan exquisitos como Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Billie Holiday o Jane Birkin. «Los vientos de marzo hacen que mi corazón se mueva como un bailarín/ un teléfono suena, pero nadie responde/oh, como me atrapa tu fantasma / Esas tonterías que me recuerdan a ti». Bienvenidos vientos de marzo, si es que todavía el tiempo y la autoridad climática lo permiten.