La imagen de la guerra en Ucrania trae a nuestra memoria los versos de Albert García, en la voz de Maria del Mar Bonet, en su «Carta a l’exili», «es sempre trist el missatge, volem escriure’t de tot el món, posarem flors, tres margalides blanques, un glop de mar i un tros de cel, un mocador enllagrimat d’absències». Ha tenido que verse de cerca la guerra, la muerte de víctimas inocentes, para tocar los corazones, no sabemos por cuánto tiempo, de una sociedad que permaneció ausente en guerras anteriores, coincidentes en el tiempo, en lugares incluso relativamente próximos.

No hubiera sido suficiente la muerte, de no haber sido retransmitida por los medios de comunicación. Gracias a ellos, por su labor, las imágenes de miles de refugiados agolpados en la estación central de Kiev, entrando en los trenes que conducen a Polonia, recuerdan a las de la 2ª Guerra Mundial y a las de nuestros exiliados en la Guerra Civil. Por ejemplo, en el barco «Stanbrook», con 3.000 exiliados republicanos saliendo desde Alicante, o a los muchos miles atravesando a pie, incluso en más dramáticas condiciones, la frontera francesa. Pere Quart, Joan Oliver, fue uno de esos republicanos españoles, que cruzaron la frontera, con sus escasas pertenencias. Sus coplas del exilio, «Corrandes de l’exili», vuelven a tener vigencia cuando ya casi lo habíamos olvidado. «Una nit de lluna plena tramuntàrem la carena, lentament sense dir res. Si la lluna feia el ple, també el fèu la nostra pena».

Estuvieron en campos de refugiados y finalmente, llegaron a países de acogida, gracias a la labor de organizaciones de ayuda, como ahora pretenden los ucranianos a través de Lviv por la frontera polaca. Esta vez, desde València, la Fundación Juntos por la Vida, entre otras, con la ayuda de la Generalitat, ha puesto en marcha la asistencia a familias que se trasladarán a nuestra ciudad desde Polonia donde residirán con familias valencianas, con las que ya tienen contacto, y ofrecen su apoyo. Una vez más, los versos del desarraigo les acompañan. Se reprochan, en silencio, haber dejado a sus familias, sus pertenencias, sus casas, su país, por una guerra que no han iniciado, ni entienden. Dejan media vida atrás, llevando la otra mitad para poder respirar. No quieren morir de añoranza, sino que viven de ella. Es la historia de nuestros padres, de nuestros abuelos, que se vuelve a repetir, dramáticamente.

Europa, pensaba, no podía llegar hasta aquí la tragedia y ha llegado. Que las guerras se limitarían a lugares más alejados física y mentalmente. Que los refugiados se quedarían, como en otras ocasiones, en Turquía o Líbano, pero no ha sido así. Quieren venir aquí, porque también son Europa, y Europa no escapa de su responsabilidad. Quieren la democracia, que pocos países disfrutan, aún cuando algunos no sean conscientes de ello. Como el que encuentra una cosa sin buscarla, y no reconoce su valor. Las imágenes de la guerra nos han vuelto a revolver la conciencia. Solo entonces pensamos qué puede provocar la guerra, y quiénes son los responsables. Analizar las causas y poner remedio a ello corresponde a los políticos, la ciudadanía indica el camino. El camino de la vida, que la Fundación que acude en auxilio de los refugiados nos muestra, en primer lugar.