Llevaba un tiempo sin flores en la boca, sin el mandil blanco de los días de faena y escritura; no estaba el horno para masas ni levaduras. La harina tan blanca y suave en las manos hasta ceniza me parecía.

He visto de cerca el oficio del humo, porque eso hemos venido a ser después de todo: humo y silencio. Un fulgor de apenas el mismo instante que el de las luciérnagas.

Al igual que los laberintos del gas se han ido cerrando, he ido yo cerrando también el paso a las mariposas. Sin alas va el pensamiento, apelmazado entre espirales de sangrientos titulares. Nos falta aire para respirar.

Sí… el mundo se encoge con nosotros dentro y no sabemos si el corazón baila, bombea o destiñe las alamedas del mundo. Ignoro si el corazón vendrá con nosotros a esta hora terrible o irá por libre dejando los campos sembrados de amapolas.

Pobre corazón… se ha roto y de él quedan mil pétalos. Pero también los pétalos son necesarios porque dibujan los caminos, hacen circulitos y salpicaduras, puntillas en el borde de una blusa, cenefas en la frente, goterones que se escapan de las heridas y rocían la mínima esperanza…  Son esquirlas de aquella que ayer era una simple flor.

Tenemos todos los ojos achinados del espanto; rasgados como un trazo negro en el paisaje pasmado de la piel. Los abrimos un ratito para ver de soslayo el derrumbe de millones de vidas lejanas, pero escuece tanto…los cerramos y volvemos a abrir, nos damos un paseo, una ducha, así duele menos cada muerte, son nubes negras que el viento se lleva, mañana será otro día, dicen que va a llover.

El milagro es sentirnos vivos a pesar de todo, ir a la compra y tomarnos un café, leer poesía como si el mundo fuera el mismo de ayer. ¿Quién va a pagar por este desplome de la belleza?

La tierra se ha humedecido estos días, pero no del jugo de la primavera, ni del frescor de los amores juveniles, se empapa del agua turbia que expulsan las tuberías del odio y la codicia. Hay un hombre comiéndose tajadas del mundo y nosotros comprando pan para hacer torrijas.

¿Estamos de verdad considerando la posibilidad de pasar nuevamente la página y volver al lugar que habitábamos antes del día 24 de febrero?

Allá en la soledad de tantas ciudades arrasadas nacerá una flor como testigo del genocidio… otra vez. Y no habremos hecho lo suficiente por rescatar los brotes tiernos de la zarpa del animal…otra vez. Seguiremos pensado que vivimos en un mundo hermoso, con gente maravillosa, heroica; y volveremos a ser fiesta, verano, agua de rosas. Seremos los de antes, leyendo, mirando conchas, comprando bonitos vestidos de lino, probando arroces junto al mar, helados con el dilema de siempre ¿fresa o chocolate? Lejos, muy lejos de la sucia guerra mundial.

Los muertos siempre son otros.

Pero no olvidemos por favor que esos otros hace siete días tomaban helado, vino caliente y fruta en las terrazas; no olvidemos que esos otros, hasta ayer, tenían sueños y un coche en la puerta, un hijo al que llevar al colegio, una radio encendida en la cocina, una mesa puesta, un pollo en el horno, un dolor en la espalda, un libro abierto en la mesita de noche, una lista de boda…facturas en un cajón ahora volatilizado para siempre.

Todo está quemado, borrado del mapa de cada pequeña existencia. Todo, nada, ¿qué más da? Alguien busca un beso entre los escombros seguro de haberlo visto volar.

Se oyen los muertos por todas partes como se escuchan al despertar los pájaros.

En la ventana se ven gotitas como de lluvia, es el azul cielo sobre inconsolable simulación de tulipanes. 

Y yo, que no sé estar sin las flores que dan luz a los días, pido a Dios que transforme al hombre temible en pequeño pájaro adorable.