Recuerdo la cara de niervos del Soro la mañana de su alternativa en el Hotel Astoria, donde me hospedaba siempre que toreaba en València. Antes del sorteo, llamé a Vicente y pedí que viniera hasta mi hotel, porque él se quedaba en el Rey don Jaime, para hablar sobre el planteamiento del festejo. En mi habitación recibí al joven torero y a Pepe, su padre, a quien pedí que se bajara a tomar una copa al lounge bar para quedarme a solas con él.

En la habitación observé a un muchacho de 19 años con una vocación muy auténtica por ser torero. Su afición le aportaba una madurez impropia de su temprana edad. Allí me dijo que le ayudara durante la tarde porque no se acordaba dónde colocarse en los diferentes tercios de la lidia. Cuando se fueron, su padre me dijo que Foios estaba volcado con él y tenía miedo que ocurriese alguna desgracia en el ruedo como aquella de Granero.

Recuerdo que los toros eran de Torrestrella, una ganadería con la que ya había triunfado en el coso valenciano. Fue en 1968 cuando corté tres orejas y un rabo. Pero fue Vicente quien quiso que fuera esa divisa la de la alternativa. En el parlamento del doctorado le deseé mucha suerte y que disfrutara del día porque era muy mágico y bonito.

Tampoco olvido el tercio de quites del último de la tarde. Tras un quite suyo por faroles de rodillas, al más puro estilo de Félix Rodríguez, que puso la plaza bocabajo, interpreté un quite por chicuelinas que los aficionados valencianos todavía me recuerdan a día de hoy.

Esa vocación tan genuina y tan pura que mostró aquella mañana de marzo hace ya 40 años, la ha manifestado después en su vida en los momentos de mayor dificultad. El Soro ha sido un ejemplo de sacrificio y amor propio por su profesión. Ha sido un luchador incansable para recuperarse de la lesión de su rodilla izquierda y volver a torear, con una pierna biónica, después de 20 años de inactividad. El esfuerzo que hizo como persona para recuperar el torero es único en mundo del toro. Su tesón, la perseverancia, se traslada a la forma en la que habla tan apasionada.

Las largas jornadas con él en mi finca de naranjos o, durante el verano, en Calpe las guardo como vivencias preciosas.

Por su emoción y seriedad, El Soro hubiera tenido cabida en todas las épocas del toreo. Y hoy en día, todavía más.