Decíaen mi artículo anterior que Putin no puede perder esta guerra. Hoy me gustaría decir que tampoco puede ganarla. Por su impotencia ha roto el tabú de la guerra nuclear, inaugurando una nueva época, como dice el analista Christopher S. Chivvis. No es un escenario optimista. Esas guerras, que ni se pueden ganar ni perder, son las peores. Producen desesperación en los dos contendientes y generan escaladas incontroladas. Los analistas coinciden en señalar que esta de Ucrania ya está en escalada. La previsión de Putin de derrocar rápido el gobierno Zelensky se ha revelado ilusa. Así se disuelve la posibilidad de que Putin encuentre una solución fácil al atolladero en que se encuentra.

Sucede que las guerras generan una dinámica propia y cambian la historia mucho más de lo que se pensaba. Siempre acaban generando novedad. En este caso, la primera novedad ha sido la capacidad del Estado de Ucrania de lograr en dos semanas lo que no había conseguido antes: la movilización general del pueblo en armas impuesta al país. Eso no se esperaba y las dudas se mantenían hasta ahora. En las primeras imágenes que nos llegaban veíamos hombres yendo de un sitio a otro y nos preguntábamos quién estaría luchando. Ahora lo sabemos: están luchando todos los que pueden desde los 18 a los 60 años.

Lo que vemos ahora, con el corazón encogido, es cómo abandonan el país las madres con sus hijas e hijos, mientras los hombres luchan. Y eso ya es irreversible. Ni Hungría en 1956, ni Checoslovaquia en 1968, lograron sublevarse, pero el odio a Rusia fue irreversible. El intento de Putin de que los ucranianos desplazados llegaran a sus propios territorios confiesa con demasiada claridad la necesidad de mantener a parte de la población ucraniana bajo su control. Todo sugiere que el supuesto de disponer de un fuerte partido pro-ruso dividiendo Ucrania, no se ha verificado. Tras este curso de los acontecimientos, no parece probable que Putin pueda poner en Ucrania un gobierno títere. Tendrá que mantener una ocupación permanente del país.

Lo sabemos por Afganistán. Una ocupación permanente de un país devastado es una catástrofe que ningún ocupante puede permitirse. Y menos uno sometido a las sanciones económicas occidentales. Putin, que interpretó como una señal de debilidad el abandono de Afganistán, puede darse cuenta de que leyó mal. Al margen de sus terribles consecuencias humanitarias colaterales, la salida de Afganistán fue una medida geoestratégica inteligente, porque esa era otra guerra que tampoco se podía ganar. Ahora, la precipitación de Putin puede haberle llevado a una situación parecida.

Desde luego, Rusia muestra su voluntad de dominar el Mar Negro, la más vieja aspiración geoestratégica de los Romanov. Pero parece que mantener la costa del Mar Negro lo obligará a destruir importantes ciudades y dejarlas en ruinas. Me obligo a mantener la necesaria frialdad para escribir esto sin indignación, desde luego, porque deseo llamar la atención sobre el hecho de que Putin no conoce otro método que el de los viejos estalinistas, en un mundo que ya no es aquel. La globalización económica inclinó las poblaciones hacia formas occidentales. Esa inclinación hacia Occidente se ha afianzado en la última década de Ucrania. Esta guerra solo ha mostrado la firme convicción de esa inclinación.

Putin puede ocupar Ucrania, pero no podrá ganar la guerra. Ya ha hecho demasiado daño como para reparar las heridas que produce toda guerra de agresión injusta y extrema. Por supuesto, la antipatía hacia el agresor a veces puede cambiar si este aporta buenas cosas. Alemania simpatizó con los Estados Unidos que habían destruido sus ciudades en 1944 y 1945. Pero les trajo una democracia y una economía poderosa, y más aún, la sensación de regresar al lado adecuado de la historia. ¿Qué podrá ofrecer Putin en el medio plazo para hacer olvidar que destruyó Ucrania y trajo la tragedia a millones de familias? ¿Qué le dirá a este pueblo, que ha mostrado orgullo y valentía y que por primera vez en su historia dispone de un Estado real? ¿Qué les va a traer, acaso una franquicia de sus millonarios corruptos? ¿Una extensión de sus servicios secretos? ¿Unos medios de comunicación controlados? ¿Una policía que detiene, amordaza o envenena a cualquier disidente? ¿Un campo hundido en la miseria?

La debilidad de la oligarquía rusa reside justo en que no puede ofrecer nada en el largo plazo a los pueblos. Su problema es que está al frente de la resignación del pueblo ruso, acostumbrado a obedecer a un dispositivo económico-político-militar que opera como propietario del país, para ejercer con libertad sus sueños geoestratégicos de gran potencia. Nadie que pueda sacudirse una dominación tan estéril la padecerá.

La guerra ha decidido de qué parte se quedará Ucrania. Eso se sabe ahora. Maidan pudo aparecer como una acción de parte. Zelensky es el todo porque ha construido un Estado al lograr la obediencia del pueblo en armas. Ucrania ha decidido. La guerra podrá durar más o menos, pero esa decisión ya es irreversible. Putin no tiene armas para doblarla. Tampoco la URSS tuvo armas para doblar la voluntad de Berlín de no tener muro. El tiempo muerto puede durar más o menos. Las víctimas pueden ser muchas. Pero Putin no puede ganar esta guerra a medio plazo. Ucrania ya es de pleno derecho parte del gran espacio occidental. Putin ha hecho irreversible esa decisión, el resultado histórico de esta sanguinaria guerra.