Esta es una frase que todos los valencianos hemos escuchado infinidad de veces. Normalmente suele venir de habitantes de otras regiones españolas en las que la temperatura del agua hace poco recomendable el baño, salvo que tengas interés en sufrir una hipotermia. Sin embargo, puede que el resto del país empiece a tener razón y el abrazo de nuestro mar se esté volviendo demasiado cálido.

Esta circunstancia no debería extrañarnos, solo hay que salir a la calle y observar el tiempo primaveral que nos ha acompañado durante todo el invierno. El aumento de la temperatura global es un hecho fácilmente observable. Por desgracia, el problema no es solo que la temperatura suba, sino que lo hace cada vez más rápido, acercándose a un punto de no retorno.

Unos meses atrás, la ONG WWF, publicó un informe sobre los efectos del cambio climático en el Mediterráneo. La conclusión más preocupante fue que sus aguas se están calentando un 20% por encima de la media mundial. Un dato que puede parecer menor y que, desde luego, no se codeó junto a la política y el fútbol en el debate nacional.

Al menos, no lo hará hasta que suceda algo como que llegue el verano y no podamos bañarnos por culpa de la multiplicación de las poblaciones de medusas. O vayamos a comprar y veamos que los pescados y mariscos «de siempre» ya no están, o que su precio se ha disparado.

El calentamiento del agua propicia, entre muchos otros efectos adversos, la aparición de especies tropicales. Estas, favorecidas por las altas temperaturas, pueden acabar desplazando a las poblaciones autóctonas, que en muchos casos son únicas. Por «suerte» para nosotros estamos situados en el lado «bueno» del Mediterráneo, pues el problema es mucho más acuciante en el Este, donde los peces e invertebrados tropicales procedentes del Mar Rojo han reemplazado a gran parte de la fauna local.

No obstante, nosotros también hemos podido comprobar el daño que pueden llegar a hacer especies exóticas como el mejillón tigre o el famoso cangrejo azul. Este ejemplo, aunque haya llegado por otras causas, es especialmente ilustrativo:

El cangrejo azul alcanza el kilo de peso y es muy agresivo. Ante la ausencia de depredadores naturales, ha proliferado en nuestras aguas. Su llegada desde Sudamérica ha supuesto la desaparición de poblaciones enteras de otros crustáceos y moluscos. Los pescadores han tenido que reforzar sus aparejos, ya que los rompían con sus pinzas, y resignarse, en muchos casos, a capturar especies distintas a las habituales o incluso a centrarse en la nueva. Pues, si hay unos animales que saben adaptarse, esos somos nosotros. Hemos transformado el viejo dicho. Ahora podría ser «carranc de fora a la cassola». Y hemos empezado a consumirlo en arroces y guisos. Siguiendo con el refranero: «no hay mal que por bien no venga».

Pero no solo son peligrosos los animales «grandes». La nacra, uno de los bivalvos más grandes del mundo (moluscos de la misma clase que las clóchinas), era una de las especies más representativas del Mediterráneo. Digo era, porque la llegada de un nuevo parásito al Mediterráneo en 2016 acabó con casi el 100% de su población y, en muy poco tiempo, de estos animales únicos solo quedarán sus cáscaras muertas sobre las praderas de posidonia.

Tenemos el inmenso privilegio de vivir a orillas del Mare Nostrum, que acunó a la cultura occidental cuando aún era joven y ha pulido, con el batir de sus olas, la identidad de nuestro pueblo hasta transformarnos en lo que somos. Le debemos mucho y constantemente demostramos no estar a su altura. Cuidarlo va mucho más allá de no tirar basura cuando vamos a la playa. Por nuestra culpa se halla caliente, esquilmado y lleno de contaminación. A título individual no podremos frenar el cambio climático, pero sí que podemos ayudarle de muchas otras formas: manteniendo hábitos de consumo responsables, reduciendo nuestra huella de carbono, promoviendo la creación y respeto de áreas marinas protegidas, exigiendo a nuestros gobiernos que tomen medidas contra la emisión de gases de efecto invernadero…

En definitiva, poniendo nuestro granito de arena para que el Mediterráneo no termine convirtiéndose en una sopa.