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Jordi Sevilla

Que paren el mundo...

Nadie duda ya que lo que empezó como brotes alcistas de algunos precios se ve potenciado con la guerra en Ucrania

Podríamos haberlo hecho mejor. Pero nos está quedando un mundo, muy diferente al previsto hace apenas tres años y para el que tenemos que rearmarnos ideológica y espiritualmente si queremos vivir de forma satisfactoria, tras vencer a lo que Berlín llamó el fuste torcido de la humanidad. 

La desglobalización y el regreso de la arquitectura de bloques es ya una realidad que deshace tres décadas de pensamiento neoliberal respecto a las bondades armonizadoras de los intercambios y el beneficio compartido. La extensión, dureza e intensidad de las sanciones impuestas por Occidente a Rusia por la guerra de Putin en Ucrania, demuestra que la peonza de la globalización, lejos de ser un proceso irreversible, puede tener freno y marcha atrás. De hecho, Rusia ha sido expulsada del mundo de los intercambios globales (salvo el gas y el petróleo, de momento).

Conocíamos ya que China estaba en pleno proceso de montaje de un modelo económico, político, tecnológico y de intercambios, distinto y alternativo al mayoritario en Occidente. Dos ejemplos: ha asumido compromisos de reducción de emisiones de CO2, pero con su propio calendario y su propio ritmo para la descarbonización. O, más claro todavía, su empeño (conseguido) por construir un sistema y unas empresas de digitalización y de Inteligencia Artificial, diferentes a las norteamericanas: Alibaba, Huawei, Baidu, Tencent, WeChat o Tik Tok.

Ahora, el gran público conoce que, desde 2015, también tiene su propio sistema internacional de pagos bancarios, CIPS, alternativo al de la banca occidental, aunque todavía menos desarrollado. No obstante, se presenta como una respuesta a Rusia para evitarle su aislamiento total. Puede ofrecer, también, su propia moneda digital que no necesita pasar por ningún sistema de mensajería como es el SWIFT.

En términos económicos, tenemos ya muy desarrollados dos bloques globalizados y alternativos, uno entorno a China, anclado en el autoritarismo político y el control social, que intentará atraer a Rusia, y el otro entorno a EEUU, con la UE buscando un hueco regulatorio y ambos defendiendo, todavía, la democracia y los derechos humanos, incluso frente a los embates internos de sus populismos ascendentes. Nada que ver con la vieja aspiración de un mundo unido entorno a los mismos mercados, empresas y referentes tecnológicos. Si esto se consolida, como creo, las actuales cadenas globales de valor y el flujo de intercambios comerciales y de inversiones, sufrirán una reestructuración muy seria a la que ya empujó la pandemia.

Los estudiosos de la economía están llenando páginas con similitudes y diferencias entre lo que viene y lo vivimos en los años 70/80 del siglo pasado cuando la brusca multiplicación por cuatro del precio del petróleo rompió la economía occidental provocando una elevada inflación, con muy bajo crecimiento económico (alto desempleo), eso que se llama estanflación.

Nadie duda ya que lo que empezó como brotes alcistas de algunos precios (transporte marítimo, microprocesadores…) consecuencia de la escasez de oferta derivada de la pandemia, se ve potenciado con la guerra de Putin en Ucrania que amplía el número de productos afectados (aceite de girasol, cereales, gas y petróleo) e intensifica el alza de algunos precios. Por poner dos ejemplos, el barril de Brent ha duplicado su cotización en apenas dos meses. Por lo que se refiere al gas procedente de Rusia, en dos meses ha visto incrementar su precio en un 126%, incluso varias semanas antes de la guerra. 

La inflación se disparó en febrero hasta el 5,8% en la eurozona, llegando en España al 7,4%, en ambos casos, máximos desde hacía décadas. En paralelo, y previo a la invasión de Ucrania, la sexta ola de la pandemia había ralentizado las perspectivas de crecimiento para este año. La expectativa hoy es que la guerra y las perturbaciones asociadas, tengan el efecto de acentuar ambos fenómenos: inflación al alza, crecimiento a la baja.

Es de esperar una ralentización de la inflación, sobre todo si los gobiernos europeos consiguen desligar el precio del gas, del precio del mercado mayorista de electricidad, cosa en la que andan y para la que existen varias fórmulas posibles. Pero, aun así, los riesgos de desatar un proceso inflacionista son muy elevados y dependen de cuatro factores según nos ha recordado esta semana Olivier Blanchard, tras defender que la economía de hoy y la de los 70 se parece como un huevo a una castaña: expectativas inflacionistas, anclaje de precios y salarios al IPC (indexación), situación del paro en el mercado laboral y respuesta de los precios a los salarios. Su tesis es que en la actual situación de empleo en EEUU (donde centra su atención) lo más recomendable es que la Reserva Federal se adelante a la curva y suba los tipos de interés de manera rápida y contundente para frenar la escalada inflacionista, como ya ha empezado a hacer esta semana. En Europa, en otro momento más retrasado del ciclo, el BCE también endurece su política monetaria adelantando los plazos de la normalización, pero sin hablar, todavía, de subir tipos. Veremos.

Con más retraso de lo que le exige el nuevo líder ‘in pectore’ de la oposición, el Gobierno ha anunciado que aprobará el 29 de marzo, tras recabar la aprobación a los cambios por parte de la Unión Europea al ser asuntos comunitarios, un paquete de medidas y actuaciones para hacer frente a los efectos económicos de la situación sobrevenida, incluida la guerra. Se articulará entorno a cuatro ejes: desacoplar el precio del gas del resto de energías del mercado evitando un contagio alcista injustificado (como venimos pidiendo muchos desde hace meses); fomentar un pacto de rentas entre interlocutores sociales; compensaciones a sectores especialmente afectados (como se hizo con la pandemia) y gran bajada de impuestos para frenar la subida de precios en aquellos casos donde el peso de los mismos es más elevado por razones de política económica de medio plazo. En este último punto, centro del debate político, incluyendo los chascarrillos, el Gobierno cuenta con un amplio colchón: según valoración de la Airef hecha pública esta misma semana, y solo como consecuencia de la inflación, la recaudación del IVA se ha incrementado en 3.500 millones de euros y el IRPF en otros 4.100 millones, ambos por encima de lo previsto.

Ninguno de los tres asuntos tratados en este artículo era ni remotamente previsible hace unos pocos meses. El futuro vuelve a atropellarnos y, esta vez, envuelto de cisnes negros. Esperemos que nuestros responsables estén a la altura. Porque si no, replicando una frase de mayo del 68, seremos muchos diciendo: que paren el mundo, que me quiero bajar.

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