Dicen que 8-M es todos los días. Por ejemplo, hoy. Nunca sobra un homenaje. Este no está dirigido a todas las mujeres, y no es que quiera yo excluir a ninguna, pero es que a veces simplemente hay que poner el foco y mirar hacia donde pocos miran.

Hace ya tiempo que, al pasear por la ciudad, se ven pequeñas mareas de mujeres. A veces son solo cuatro o cinco, pero no por ello es menor su poder. Tienen, vamos a decir, entre 60 y 70 años. Muchas de ellas ya no trabajan. Otras, han estrenado hace poco la jubilación y unas pocas esperan su turno, impacientes.

A veces son amigas desde hace años y se saben ya de memoria todas sus manías. Otras, se han conocido hace poco en alguna actividad. Porque estas mujeres no paran. Las habréis visto. Son vuestras madres, tías o vecinas o, en cualquier caso, se parecen enormemente a ellas. Llenan las sesiones de pilates y de spinning, los talleres de pintura y las clases de idiomas. Llenan museos, cines, teatros. Llenan trenes y aviones. Se mueven. Están en todas partes, recuperando espacios. Afortunadamente. No importa demasiado cuántos años llevan conociéndose, porque están aquí y ahora, construyendo juntas lo que quieren. Porque si algo tienen en común es que ahora mandan ellas. Ahora que los hijos -de las que los tuvieron- vuelan solos, tienen por fin algo más de tiempo. Y se lo están dedicando a ellas mismas, aunque el cuidado de los nietos y los padres acecha y aprieta. Hay en su camino algo de redescubrimiento. Un renacer. Los 60 son los nuevos 20. Parecen ir gritando: «Abran paso, que llegamos». Es su momento.

Se hacen llamar las Supernenas. O la Chupipandi. O Las Marchosas. Cómo me gustaría ver todos sus nombres de grupos de Whatsapp. Por mucho que a veces reneguemos de sus lecciones, queremos ser ellas. Desacomplejadas, empoderadas, divertidas. Sabias.

Mi homenaje para ellas, que se comen el mundo sin ser ni siquiera demasiado conscientes. Ni un paso atrás, Supernenas. Os seguimos de cerca.