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Voro Contreras

Tribuna

Voro Contreras

Mis derechos ante Rosalía

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Diecisiete segundos con Rosalía

Defiendo mi derecho a no opinar sobre el nuevo disco de Rosalía, a no buscar en él la verdad revelada o a no disfrutarlo por imperativo musical. Reivindico también mi libertad para tararear gozosamente «Saoko, papi, Saoko», para sonreír con suficiencia cuando apela a la niña de fuego de Caracol o para envidiar a los que se restriegan piadosamente mientras piensan que lo segundo es chingarte y lo primero es Dios.

No sé si ‘Motomami’ es un buen disco. Yo diría que sí, que muy bueno, aunque de entre las mil y un millón de opiniones que he leído sobre el nuevo trabajo de Rosalía, haya unas cuantas de gente de cuyo criterio musical respeto (algo, por otra parte, que no es marchamo de nada) y que aseguran lo contrario. Pero creo que el disco ha recibido muchas más opiniones buenas que malas, si bien sospecho que unos cuantos de estos parabienes se han disparado desde la inseguridad generacional y la necesidad de no parecer descolgado de la modernidad. En estos casos, el entusiasmo suele quedar un tanto ortopédico. Total, para qué: ser moderno hoy es adelantarse un cuarto de hora a los demás, pero las cosas van tan rápido que hasta eso resulta complicadísimo.

Creo que ‘Motomami’ es un buen disco y estoy seguro de que es un disco importante porque -por la transcendencia con la que ha sido acogido- oficializa una nueva época para la música popular de aquí y confirma las tendencias que hace un tiempo observamos en los bancos de los parques y en las pequeñas salas donde vemos a poca gente de más de 30. Ahí y en los algoritmos está el presente de la música, no en los millones de vinilos vendidos y en los festivales veraniegos que reúnen a millones de personas, brillante luz de una estrella que seguramente hace ya unos cuantos años que murió.

Motomami’ oficializa tendencias que usted quizá aún no había observado porque su reino no es el mismo que el de Rosalía ni el de la gente como ella, aunque usted y la gente como usted que aún domina los medios y comenta discos en Twitter pueda pensar que sí. En el mundo de Rosalía usted solo importa para sumar millones de clicks y para pagarle a sus hijos dos entradas a cien euros y pico. No en vano Rosalía presentó ‘Motomami’ en TikTok antes de ir a divertirse a «El Hormiguero».

A usted le puede gustar o no el nuevo disco de Rosalía, usted puede incluso bailarlo y gozarlo. Pero sepa que cuando Rosalía hace canciones que no pasan de los tres minutos y doma y une géneros que son huevos y castañas con la única fuerza de su voz y el autotune no lo hace pensando en usted. Tampoco mezcla idiomas como un jorobado dulcinista antes de arder en la hoguera para usted ni se pone por usted tórrida, sensual, inocente, empoderada o festiva. Ni siquiera cuando ronda el bolero o regresa al flamenco lo hace para impresionar a un oyente como usted, por mucho que usted ya hubiese despreciado estas músicas mucho antes de que Rosalía naciera.

Rosalía ha hecho ‘Motomami’ para encabezar a una generación de músicos y de oyentes, no tanto para decirles cuál es el camino sino para confirmarles que, efectivamente, ese es el camino. No se preocupe si no lo acaba de entender. No lo entendieron los fans de Sinatra cuando salió Elvis ni los fans de Elvis cuando salieron los Beatles. Tampoco hace falta que intente llevarse a Rosalía a su terreno a fuerza de teorizar sobre su trascendencia social y cultural (lo que estoy haciendo yo, por otra parte) porque eso lo hará mejor alguien más joven que usted dentro de unos cuantos años, cuando sea otro artista, algoritmo, transhumano o robot el que confirme el nuevo camino. No olvide que todo pasa y todo queda y que lo que ahora es «Pa’ ti naki, chicken teriyaki» antes fue «A uam ba buluba balam bam bu». No opine, escuche y disfrute. O no.

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