Recientemente este diario se hacía eco de los resultados de criminalidad que trimestralmente publica el Ministerio del Interior, destacando en el municipio de Sagunto como el tipo de delito más preocupante los delitos sexuales por su acusado aumento. No sé a donde se les va a ustedes la mente al leer esto, es posible que a hechos tan graves como los perpetrados por las manadas de Pamplona y Manresa o a esa escena de película en la que un encapuchado viola a una mujer en un callejón oscuro a altas hora de la madrugada a punta de navaja. A mí se me va a los domicilios, a los centros educativos, deportivos y de ocio, al barrio, a la cotidianidad.

Los datos estadísticos son complejos de recopilar y de presentar. A veces hay que buscar varias fuentes para poder tener una aproximación a la realidad más certera. Así, los datos presentados trimestralmente por el Ministerio del Interior apenas nos dan pistas. Un primer ejercicio es saber de qué estamos hablando: el informe distingue entre agresión sexual con penetración (2 casos en el municipio) y resto de delitos contra la libertad e indemnidad sexual (27 casos en el municipio). Este último epígrafe incluye: abuso sexual (con o sin penetración), agresión sexual sin penetración, exhibicionismo, corrupción de menores o personas con discapacidad, acoso sexual, acceso a tecnologías o delitos relativos a la prostitución. Muchas cosas ¿no? Un segundo ejercicio es recordar que son datos acerca de denuncias interpuestas en sedes policiales, cuando sabemos que estas son un número reducido respecto a los casos reales.

Para la prevención de dichos delitos, que debería ser el objetivo social y político frente al problema, nos interesa más saber el cómo, el dónde y sobre todo el quién. El cómo es difícil de encontrar en números, sólo los testimonios de quienes los sufren pueden dar luz. El dónde, nos dicen los datos del mismo Ministerio del Interior, es sobre todo en viviendas: casi un 60% de los delitos. Y respecto al quién, de forma mayoritaria quienes cometen estos delitos no son ni manadas ni desconocidos encapuchados: son personas conocidas e incluso queridas. Para conocer sobre el quienes debemos recurrir a otras fuentes de datos que sí recogen estas informaciones, como el estudio La respuesta judicial a la violencia sexual que sufren los niños y las niñas de 2020 y la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, ambos del Ministerio de Igualdad.

El primero, respecto a la infancia, revela que el 98% de los agresores son hombres y que el 74,73% de ellos forman parte del ámbito familiar o del entorno de la víctima. El segundo, respecto a las mujeres mayores de 16 años que han sufrido violencia sexual fuera de la pareja, indica que el 99,60% de los agresores eran hombres, y de estos el 21,6% fue un familiar, el 49,0% un amigo o conocido y el 39,1% un desconocido.

Entonces, ¿cómo prevenimos que los padres, los tíos, los primos, los abuelos, los vecinos, los profesores, los monitores, los novios, los amigos… agredan o abusen sexualmente de personas a las que en principio se supone quieren, educan, enseñan? Ese es el reto, y las instituciones parecen no haberse enterado todavía. Y la sociedad sigue cerrando los ojos, porque, supongo, es menos angustioso pensar en las manadas y los violadores desconocidos que en el señor con el que nos cruzamos a diario y que nos saluda gentilmente.