Esta frase es de una amiga. Nos la dice cuando los días aprietan. Y por arte de magia, al escucharla, volvemos a notarnos el pulso.

¿Qué necesitas para vivir? La respuesta no parece única, aunque debería serlo. Te diría que la respuesta depende de tus coordenadas, de ese lugar en el que te encuentras o en el que te pierdes.

¿Cuántas líneas tiene tu agenda por día? ¿Cuántas se quedan en blanco? ¿Cuánto cuesta pasar una página de un día cualquiera de obligaciones? ¿Hay sitio en esas líneas para lo que tú necesitas? Quizá en los márgenes aun podemos anotar ese rato extra que nunca dura demasiado, ni siquiera, lo suficiente.

Con el aire en los pulmones solo quiere devolvernos a lo sencillo. Significa lo mínimo y lo más importante. Y sin embargo, se nos olvida cada vez que tomamos el café de un trago a las 7 de la mañana, o cuando «despachamos» los temas importantes de nuestros hijos de camino al cole para sentirnos mejores padres, o cuando mentimos cada vez que le decimos a los demás que ya estamos llegando…

Llegando a dónde, porque ninguna meta va a convertir en satisfacción toda la vida entregada e irrecuperable que hemos regalado a esta manera de respirar en el mundo.

Hay otras maneras de respirar en el mundo.

Las noticias nos sacuden, pero no lo suficiente. La guerra, la destrucción, la desorientación humana, la huida nos muestra lo que es poner el contador a cero de una vida. Vemos cómo miles de personas sujetan sus vidas con la planta de sus pies. Notar el suelo bajo sus pies es hoy su única certeza. Y paso a paso resetean sus vidas. No hay sitio para agendas en una maleta insuficiente para guardar tanto pasado. Y ahí, en lo imprescindible encontramos el sentido a lo que sí es importante. El aire en los pulmones es el reto de cada día de las personas que huyen de la barbarie, es ese pequeño y gran tesoro que te mantiene aquí. Cuando los ladrones de vida acechan, toca proteger lo más valioso para que nadie te arrebate el latido sin permiso.

¿Por qué, a pesar de lo que está pasando, respiramos con prisas?

Te lo pregunto a ti. Con prisas el aire parece que no alcance, el ruido está por todas partes y el tiempo se escapa entre los dedos de las manos. El paisaje se convierte en una película de fotogramas veloces que no permite saborear tu vida. Tienes la sensación de que tú la conduces, pero en realidad eres un vagón de una locomotora sin nombre. Una locomotora de todos que te lleva a lugares que crees que has elegido. Y cuando llegas, ya quieres ir a otro sitio y vuelta a empezar.

Hoy, que el precio de los carburantes está tan alto, que el recorrido sí importa porque significa estar a salvo, te invito a colocar en tu camino una señal de límite de velocidad. Una señal circular que indique el ritmo que tú elijas con un gran número en el centro que sea el compromiso que adquieras contigo mismo. Ni un kilómetro arriba, ni uno abajo. Tú sabes, mejor que nadie, a qué velocidad disfrutas del paisaje. A la velocidad adecuada, el aire se nota en los pulmones y cuando te das cuenta de lo maravilloso que es recibirlo en cada bocanada, el resto de cosas se coloca automáticamente detrás.

¿Qué necesitas? Sería la pregunta que anotaría en mi agenda de la vida que quiero. La respuesta depende del lugar donde te encuentres. Porque si te encuentras, entonces habrás llegado donde querías llegar. Y ahí, se acaban las prisas.