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Tonino

LA SECCIÓN

Tonino Guitian

El extraño viaje

Sería devastador para muchos pensadores analizar la devaluación a la que se están sometiendo tanto la prensa como la democracia en España. Tanto, que denunciar en nombre de la razón el falso sentimentalismo que nos rodea, o las caprichosas ideas románticas, alimentadas por pasiones vagas e injustificables en una sociedad sana, conllevaría a su autor a la agonía mediática.

Una joven amiga me abrió los ojos esta semana: para estar de moda y obtener el beneplácito de la mayoría, para conseguir el pasaporte a cualquier trabajo bien retribuido, uno ha de dejar de meterse en política.

Lo que mi amiga no sabe es que el suyo es el mismo consejo que Franco le dio a Sabino Alonso Fueyo, cuando denunció al generalísimo las intimidaciones que recibía como director del diario Arriba por parte de influyentes falangistas.

Justo antes de tomar el mando de ese periódico en Madrid, Fueyo, que había abandonado sus estudios eclesiásticos en Asturias para dedicarse al periodismo, había sido director en València de nuestro Ateneo Mercantil, catedrático de Psicología y de Historia de la Filosofía, miembro del fascinante Instituto de Estudios Políticos y, entre 1953 y 1962, ejerció los cargos de subdirector y director del diario que está leyendo usted ahora.

La política arde como la zarza de Moisés y acaba quemando, mientras revela su verdad, las manos de quienes se acercan a ella. Franco no tuvo ninguna necesidad de mezclar la política en sus bondadosos discursos destinados a preservar a los españoles del veneno mortal del comunismo. Por eso muchos de nosotros no crecimos en el ejercicio del respeto a los demás como ciudadanos iguales, sino en el respeto a las oligarquías y a la voz alzada. En nuestras Semanas Santas, a las que tradicionalmente siguen acudiendo cada año nuestros representantes en las urnas ya sea bajo capuchas de nazarenos o en el palco de honor, siguen resonando respetuosamente tambores y cornetas militares, como un desfile imborrable de nuestra memoria.

En nuestro país, la política ha consistido tradicionalmente en casarse con la hija del jefe. En publicar un artículo poniendo verde al presidente. En sentar a nuestro hijo, en la escuela, al lado del hijo del conde. En hacer almuerzos de sobaquillo como integrante de una falla libertaria, pero vecinalmente conservadora. En poder tener en casa un Picasso auténtico. En acertar una quiniela. En llegar a dirigir una empresa para enseñar cómo se manda. En ser algo en el Municipio para atender todas las peticiones justas, empezando por las suyas. En votarse unos a otros o votarse a sí mismos.

El prólogo de la periodista y política Irene Lozano para el libro «Sobre el periodismo» dedicado a Joseph Pulitzer, advierte de que el periodismo y la política actuales están constantemente sufriendo y creando cambios subterráneos en las ideas: «Todo ocurre fuera de los medios, pero el hecho de que a determinados acontecimientos se les dé cabida en ellos, y a otros no, condiciona nuestra manera de pensar la realidad y de vivir la democracia».

Hemos conseguido que el desprecio de la argumentación dé alas a la indignación más baja, esa que saca provecho de los cadáveres políticos como reactivo ideológico de los valores, y que se aireen sin complejos el odio, las ideas únicas y hasta el militarismo como si, de repente, fueran novedosos ideales abstractos y desinteresados.

Lo que se llamaba batalla dialéctica se libra hoy en las redes, donde la sed de los políticos por los resultados inmediatos, la obsesión por conseguir objetivos, sea como sea, hasta desde sospechosos anonimatos y purgas, es idéntica a una estrategia comercial donde nada importa más que los beneficios.

Y el resultado se ve en la calle y especialmente en los medios de transporte. En el tren es normal que la autoridad del revisor disimule al ver a jóvenes -que no se meten en política- poner las suelas de sus zapatos sobre los asientos como resultado del ejercicio de su libertad y los valores de su peculiar democracia. Mientras, los políticos, hasta los que promueven la igualdad más absoluta, el uso de la bicicleta o los quieren salvar de la ruina al país volviendo al pasado, viajan en primera, ajenos a casi todo, excepto a sus coartadas para justificar, como causa y consecuencia, que sus asientos han sido pagado entre todos.

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