Me levanto con una inflación de mis sufridas cervicales. Realizo mis ejercicios diarios intentando que mi cuello quede tan flexible como el de una jirafa del parque nacional de Serengeti comiéndose una ración de hojas de acacias. Inflación, está es la palabra del momento. Todos los medios de comunicación exhiben gráficos con la evolución de la tasa de madame inflación mientras esta se enfila escaleras arriba. Starway to Heaven. Pero el cielo o paraíso celestial por lo que escucho de momento queda lejos de nuestros deseos y la ministra Calviño. Leo que lo mismo, véase Madame la inflación, pasa en Francia, Alemania, Italia, y por supuesto, en España. Ya hace tiempo que aquel eslogan del franquismo patrocinado por el ministro Fraga Iribarne, Spain is different, ha pasado a mejor vida. El desembarco de la extrema derecha de Vox nos ha acabado de homologar con el resto de nuestros vecinos europeos, aunque a diferencia de ellos, mucho más pudorosos a la hora de mantener relaciones, aquí la señora Ayuso y presidenta madrileña está con la nueva armada neofranquista a partir un piñón. No es el momento de hacerle ascos a un buen puñado de votos que hasta pueden llevarle al mismísimo Feijóo a la gloria celestial. Starway to Heaven. O sea, al Palacio de la Moncloa. Ya se encargará Madame la inflación de echar una ayudita si hace falta y llega el momento. Hay que reconocerle a la madame, en este caso presidenta de la Comunidad madrileña, su generosidad a la hora de regalar titulares cada día. Lo último -o penúltimo- el nombramiento de una figura tan insigne e ilustrada como el torero Ortega Cano para no sé qué organismo relacionado con la cosa de los cuernos y los rabos. Sólo falta que nombre a Gloria Camila, la parlanchina hija del torero, para algún departamento relacionado con la familia y procreación numerosa.

Me imagino que Madame inflación y los dichosos gráficos nos va acompañar durante un tiempo. Todo pasa y todo queda decía el poeta, así que veremos como pasa y como queda cosa los próximos meses. De momento, voy a seguir yendo a comprar a mi supermercado de barrio ahora que lo han reformado y da gusto pasear por él y hasta ponerte bailar como en esas comedias musicales que los protagonistas sin venir a cuento se ponen a dar pasos de baile y saltar por la calle. Esta cosa de caminar o andar por la información de un libro que acabo de recibir, 52 maneras de caminar (Annabel Streets, Diana) resulta mucho más laboriosa e imaginativa que lo yo creía y hago cada día gracias a mis perros. Será cuestión de leerse detenidamente el libro y sacarle punta al ejercicio diario ahora que nuestro gran parque urbano parece recobrar todos sus colores con la llegada de la primavera y la buena ración de lluvias pasadas.

Se avecinan fechas de Pascua y qué quieren que les diga, uno a cierta edad cada vez se vuelve más sentimental y recuerda esos días en que se estrenaba «uniforme pascuero», unas flamantes zapatillas de deporte -o también llamadas tenis o bambas- de color blancas, pantalones vaqueros y camisa de cuadros para saltar a la cuerda y comerte la mona en fiesta campestre. Aunque ya hace tiempo que mis únicos saltos o mejores sobresaltos son cuando leo los resultados de mi última analítica y los vaivenes de mi colesterol, para estas cosas sigo siendo muy tradicional y no dejaré de comprarme mi mona y un gran panquemado con su montículo de merengue coronándolo como Dios manda. Y hasta si me animo, igual me pongo alguna de aquellas canciones que ilustraron mi adolescencia pascuera. Chirpy Chirpy Cheep Cheep.