El martes, 5 de abril, el presidente Volodímir Zelenski ha intervenido por teleconferencia ante las Cortes Generales, excepcionalmente reunidas en sesión conjunta, para concienciar sobre la situación en Ucrania, interesando cesar cuantas actividades puedan financiar al régimen del Kremlin y facilitar armas a la resistencia de Ucrania. Era previsible que solicitara también el apoyo de España al ingreso de su país en la Unión Europea. Lo imprevisible era, en cambio, el alcance de la respuesta que vendría a ofrecer en el acto Pedro Sánchez. Sin duda, para el presidente del Gobierno español el ambiente estaba cargado por el antecedente de su homólogo italiano, Mario Draghi, quien en idénticas circunstancias hace dos semanas proclamó sin titubeos: «Italia quiere a Ucrania en la Unión Europea».

Hay que tener presente que desde que en 2014 la Unión Europea firmara con Ucrania su Acuerdo de Asociación y hasta la invasión rusa de este año, ocho Estados miembros de la UE ya se habían comprometido por escrito a apoyar la integración europea de Ucrania. Incluso en las presentes circunstancias en las que Rusia ya ha materializado sus amenazas hacia Ucrania, ninguna de las pretensiones hechas públicas por el Kremlin para retirarse de su territorio tiene que ver con la voluntad de este país de formar parte de la Unión Europea, contentándose el agresor con impedir su curso de adhesión a la OTAN: pretensión ésta que sin dejar de constituir una intolerable vulneración de los principios de respeto a la soberanía y no interferencia en los asuntos internos de los Estados, aparta de la lista de los argumentos en contra del futuro europeo de Ucrania el tan manido y tan discutible de «no provocar a Moscú».

Así las cosas, la cuestión actualmente sobre la mesa de los líderes europeos no es otra que la de responder a la solicitud formulada de Ucrania otorgándole de inmediato el estatus de Estado candidato. Una formalidad imprescindible para empezar con el escrupuloso proceso de negociación del tratado de adhesión, que como tal sería una larga y ardua labor, obligando a las reformas en Ucrania, pero que lanzaría desde ya un poderoso y persuasivo mensaje tanto al pueblo ucraniano como a la dirigencia del Kremlin: Ucrania es Europa; Ucrania tiene un futuro en Europa.

Si bien, Pedro Sánchez ha ofrecido una respuesta más discreta a la solicitud ucraniana de adhesión a la Unión Europea, diciendo que «la esperanza de Ucrania está en la Unión Europea» y que «no le cabe duda sobre cuál será el resultado de este proceso», mientras apuesta por «estrechar nuestra asociación». Por otra parte, ha reiterado que «España condena con la mayor determinación esta guerra despiadada de Putin contra Ucrania» y que «España siempre estará con el pueblo ucraniano», entre otras palabras de compromiso con la crisis humanitaria.

En un momento como éste, toca recordar qué dijo el Ministro de Asuntos Exteriores Francisco Fernández Ordóñez tras el referéndum ucraniano de independencia de 1991 en el que más del 90% de la población –una mayoría abrumadora, que se extendió por todas las regiones, incluyendo Crimea y el Donbás– ratificó la proclamación de una Ucrania independiente y soberana: «vemos con el máximo de simpatía el regreso de Ucrania a Europa».

En efecto, regreso, porque a lo largo de su angustiosa historia, las tierras ucranianas forman parte natural del espacio común europeo y occidental. No es baladí que hace treinta años el citado jefe socialista de nuestra diplomacia instaurara las relaciones con Ucrania ofreciendo «la cooperación, la solidaridad y el apoyo de España en esta tarea tan difícil como exaltante de recuperación de la identidad ucraniana». Qué mensaje más profundo el de Fernández Ordóñez, teniendo en cuenta las siete décadas de totalitarismo soviético: recuperar la identidad para regresar a Europa.

Una identidad que ahora está pagando un terrible precio por existir y querer hacerlo en libertad. Una identidad que tanto en las pasadas protestas del Maidán, como en la unánime resistencia tras el 24 de febrero, toma como propia la bandera azul de las doce estrellas. Pero una identidad que se discute y minimiza desde fundaciones públicas rusas, creadas por Putin, como «Russkiy Mir», la cual a día de hoy sigue con el privilegio de contar con sendos centros abiertos en la Universitat de València y en la Universidad de Granada.

La intervención de Sánchez no ha dejado el gran titular de Draghi que interesaban oír los ucranianos, pero sí ha sido muy especial al ofrecernos a todos una máxima a tener en cuenta: «la esperanza de Europa está hoy depositada en Ucrania».